Industria Alimentaria

Por José María Garrido

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Una de las actividades más importantes del antiguo Laboratorio del Ebro, antecesor del actual CNTA, era el asesoramiento técnico a las empresas asociadas. En una ocasión, siendo yo becario del centro, la directora me asignó como acompañante de un técnico cualificado para realizar la curva de penetración de calor de un autoclave en una empresa conservera. Se trataba de valorar las temperaturas que se alcanzaban en los diferentes puntos del aparato, con el fin de asegurar la adecuada esterilización de los botes de espárragos que se producirían en aquella fábrica durante la campaña. El pequeño detalle es que, para hacer esta importante comprobación técnica, nos llamaron en el mes de Agosto, cuando la campaña de espárrago había finalizado… ¡a mediados de Julio!

Es decir, toda la producción ya había sido fabricada para cuando se nos pidió que comprobáramos el correcto ajuste del esterilizador. Nuestro comentario fue: «Esperemos que los botes no empiecen a reventar en vuestro almacén o, lo que es peor, en los de los clientes».

A golpe de reforma y apertura de mercados, la producción de alimentos y bebidas se ha consolidado como un motor de la economía española

Esto ocurría en 1990. Ha llovido mucho desde entonces. Las empresas del sector Agroalimentario español han sufrido una importante transformación en los últimos 25 años. Las nuevas normativas, las exigencias del mercado y los clientes, y la globalización, han obligado a realizar profundos ajustes y, al mismo tiempo, han abierto nuevas e interesantes oportunidades de negocio. A golpe de reforma y apertura de mercados, la producción de alimentos y bebidas se ha consolidado como un motor de la economía española, es uno de los activos más importantes del país, y es motor indudable de la recuperación. El sector supone hoy el 8% del PIB nacional, representa el 17% de nuestro comercio exterior, y genera más de 2 millones de puestos de trabajo.

 

Y es que los empresarios del sector Agroalimentario han estado siempre muy acostumbrados a la pelea. Desde siempre, han tenido que bregar con enormes dificultades, se han movido en aguas turbulentas y de fuerte competencia, y han tenido que desarrollar mucha capacidad de trabajo y de inventiva (lo que hoy se llama pomposamente Innovación) para continuar adelante con sus proyectos y sus empresas.

 

En los últimos años han realizado importantes inversiones destinadas a la modernización de las instalaciones y de los procesos productivos, y se han tomado muy en serio aspectos tan importantes como la calidad y la seguridad de sus productos, además de construir entornos de trabajo más adecuados para su personal. ¡Las fábricas actuales no tienen nada que ver con aquellas de principios de los 90!

 

Con la crisis de estos últimos años y el desplome del consumo interno, se han quitado de encima antiguos complejos y han dado el paso definitivo accediendo a nuevos mercados internacionales. Este impulso a la exportación ha supuesto una válvula de oxígeno para su supervivencia, además del ya citado impulso al empleo y a la recuperación de la economía nacional.

Pero es que, además, han empezado a ser conscientes de que su nivel de competitividad en el exterior es muy alto; que esa cultura de esfuerzo y racionalidad de tantos años les posiciona ahora en situación de cierta ventaja a la hora de colocar sus productos en los mercados internacionales, además del reconocimiento a la calidad de los productos españoles en esos nuevos países. Hay algunos que, incluso, son conscientes de que pueden sacar más rentabilidad a los productos de exportación que comercializando solamente en el interior. Y todo ello supone un enorme alivio a la hora de afrontar el reto que supone mantenerse en unos mercados muy exigentes.

La sola inversión en medios materiales no es suficiente

Sin embargo, a pesar de esa modernización basada en la inversión y la transformación de los procesos productivos (nueva maquinaria, sistemas de control más sofisticados, instalaciones de alto nivel), y de esa capacidad para acceder a la exportación, es cierto que, en muchos casos, todo puede estar sustentándose sobre pies de barro.

 

Me refiero al propio funcionamiento interno de la organización, y a la cultura imperante que, habitualmente, no ha seguido la misma evolución que esa transformación en medios materiales y en captación de nichos de comercialización exterior, y que sigue anclada en formas de gestión antiguas y anticuadas, sin que se hayan adaptado debidamente a los nuevos tiempos, nuevas necesidades y nuevas circunstancias.

Cuestiones como:

  • la gestión inadecuada de los procesos internos de trabajo;
  • las difíciles relaciones entre departamentos (o sea, entre personas);
  • la mala comunicación interna;
  • las carencias para entender suficientemente las necesidades en Innovación y Desarrollo y su despliegue en la organización;
  • la insuficiente aplicación, con todo su potencial, de las nuevas tecnologías;
  • la falta de un liderazgo adecuado en la gestión de equipos y personas,
  • la gestión poco eficiente de los Sistemas de Gestión, limitados a ser generadores de burocracia y papeleo, o teniendo como único objetivo de la renovación de certificados, o
  • las dificultades para la definición y clarificación de la Estrategia, o para su adecuado despliegue en la organización,

son aspectos que generan debilidad interna y que pueden poner en serio riesgo el mantenimiento de los avances conseguidos en aquellos otros aspectos clave de la dinámica de la empresa.

 

¿Reconoces a tu organización en alguna de estas situaciones?

Por mi parte, seguiremos reflexionando sobre el tema.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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