Equipo

Por José María Garrido

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Carta abierta a un/a profesional desorientado/a (I)

 

Parece que fue ayer… pero ya han pasado unos cuantos años. Estudiaste vocacionalmente aquello que te gustaba, y tu sueño trabajar en una Empresa Agroalimentaria. Habías sacado buenas notas en la carrera, y tus padres te decían que, a pesar de “cómo está la cosa”, una persona tan buena estudiante como tú «encontraría trabajo seguro».

¡Y lo conseguiste!

 

Empezaste, con toda la ilusión del mundo, en una organización no demasiado grande: era un proyecto relativamente nuevo, que había comenzado unos años antes, y que estaba en pleno proceso de crecimiento. Además, y a excepción de algún  directivo, prácticamente todos tus compañeros también se habían iniciado profesionalmente en esa misma empresa.

El ambiente era «genial»

El trabajo era duro y exigente, le dedicabas muchas horas, pero te sentías bien. Estabas dedicándote a eso que tanto habías deseado, ganabas un sueldo más que digno, estabas aprendiendo un montón sobre la profesión y la vida real en una organización empresarial y, además, el ambiente general era genial.

 

Era una empresa que realmente se preocupaba por el bienestar de sus empleados. Desde hacía tiempo, en la dirección se creía que conseguir buenos resultados pasaba por hacer bien las cosas, y eso solo sería posible y sostenible en el tiempo si los empleados estaban, no ya satisfechos, sino realmente comprometidos. Con este sencillo axioma, se tenía muy en cuenta a las personas y se intentaba resolver, dentro de lo posible, sus necesidades. Necesidades que, por otra parte, solían constar de cosas sencillas: buen trato, respeto, transparencia, equidad, comunicación franca en ambos sentidos, y atención personalizada cuando fuera necesario.

Las personas son buenas por naturaleza, y quieren hacer las cosas bien… hasta que se demuestre lo contrario

Es cierto que el control, la disciplina y las sanciones ocasionales estaban también presentes, como no podía ser de otra manera, pero la Política establecida partía de una creencia básica y firmemente asentada: “Las personas son buenas por naturaleza, y quieren hacer las cosas bien… hasta que se demuestre lo contrario”. Esto generaba un ambiente de confianza generalizada que hacía realmente agradable el desarrollo del trabajo, muy exigente por otra parte.

El hecho de que, para la mayoría de vosotros, aquel fuera vuestro primer empleo, había facilitado las cosas. Las personas se unían al proyecto sin llevar consigo hábitos o experiencias negativas anteriores. Esto posibilitaba una adaptación más fácil a la cultura imperante en la organización, que se iba enriqueciendo a medida que nuevos compañeros se iban incorporando a la misma, con todas sus ilusiones intactas.

 

TRABAJO EN EQUIPO

Una de las cosas que mejor funcionaba en tu empresa era el Trabajo en Equipo, posiblemente porque era algo connatural con la misma: se encontraba en su ADN fundacional. Los departamentos-estanco eran algo desconocido. Nadie se guardaba información importante, relevante o que pudiera resultar de utilidad para otros. La información se compartía de manera inmediata, y fluía con facilidad.

En las reuniones solía respirarse un ambiente cordial, al tiempo que respetuoso y de escucha activa de lo que decía el otro. Además, se convocaban las menos posibles, y se desarrollaban de manera rápida y eficiente. Se procuraba ir al grano, sin rodeos y, a pesar de que cada uno defendía, sin temor a represalias, su postura concreta en cada asunto, el bien común de la organización solía estar por encima de los intereses particulares. Se llamaba Visión Global.

Notabas cómo la actitud general era de ayuda proactiva, sin que casi nunca hubiera que solicitarla. Se fomentaba el buen ambiente y la integración de los nuevos compañeros. Y, lo que quizás era lo mejor, todo eso se hacía sin que nadie estuviera todo el día pregonando como una cotorra el concepto de Trabajo en Equipo: era lo más natural.


LIDERAZGO

En tu caso particular, la suerte era doble. A ese ambiente general se unía el de tu entorno más cercano, el del equipo del que formabas parte. ¡Erais una piña!, con una relación que trascendía de lo puramente profesional, e incluso os divertíais trabajando juntos.

Vuestra jefa directa, miembro del Comité de Dirección de la empresa, era tremendamente exigente en relación a la calidad y la eficiencia del trabajo a entregar, pero ella era la primera en poner en práctica una capacidad de trabajo excepcional con unos resultados en muchas ocasiones extraordinarios. Además, demostraba una preocupación sincera por sus colaboradores, y siempre tenía una actitud positiva hacia el presente y hacia el futuro. Era un ejemplo de liderazgo sano y motivador:

  • Os establecía objetivos y metas claros, bien definidos, y os aportaba los recursos necesarios para conseguirlos; se preocupaba por organizaros e involucraros en su consecución.
  • Cuando tenía planes para el equipo, los compartía con vosotros y os explicaba las razones que le llevaban a tomar las decisiones.
  • Además de una magnífica entrevista anual, realizaba un seguimiento eficaz de vuestro desempeño, y siempre estaba preocupándose de vuestra formación, capacitación y desarrollo.
  • Era todo un fenómeno a la hora de delegar las actividades y las funciones… pero nunca delegaba la responsabilidad.
  • ¡Era una maestra del reconocimiento por el esfuerzo y el trabajo bien hecho!. Pero, además, llevaba a cabo acciones concretas para mantener vuestra motivación y compromiso, y escuchaba vuestras inquietudes y necesidades con naturalidad. Si obtenía alguna buena idea de vosotros, la aplicaba de inmediato, ¡pero sin adjudicarse el copyright de la misma!

Por otro lado, el respeto y la admiración que le profesabais no tenía nada que ver con su posición en el organigrama; estaba investida de una autoridad que, vosotros mismos, su equipo, y otras muchas personas de la organización le otorgaban como consecuencia de su profesionalidad, sentido común, inteligencia, experiencia, capacidad de comunicación y conocimiento del negocio.

 

Con todo este panorama, cada día acudías a trabajar con una sonrisa, y con más ganas, si cabe, que el día anterior. Y cuando contabas a tus amigos cómo era el lugar en el que trabajabas, solían decirte que era algo muy raro, que no era habitual. Pero tú sabías que era cierto; de hecho, para ti era lo más natural, aunque te reconocías cierta suerte por estar donde estabas. Ya llevabas 12 años de ilusión, desarrollo y crecimiento, y todo ello hacía que tu carrera profesional fuera una parte esencial de tu vida y de tu felicidad como persona.

 

Pero, de repente, sin saber muy bien por qué………………… ¡todo empezó a cambiar!

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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