La frase “Nuestros empleados son el activo más importante de la compañía” se repite como un mantra cada vez que un alto directivo empresarial “actúa” en público.
Pero no hay más que penetrar en el interior de las organizaciones para darse cuenta de que, en demasiadas ocasiones, no es más que un eslogan sin plasmación real en las políticas, en los comportamientos o en los hechos.
En la mentalidad gerencial clásica siempre se ha visto al equipamiento como activo y a los empleados como coste. La consecuencia es que se aplica mantenimiento preventivo e inversión para el primero y muy poco o nada en relación con los segundos.
Es cierto que esta ecuación va cambiando poco a poco (sobre todo en empleos donde la oferta es muy inferior a la demanda), aunque ciertamente no en todos los lugares (por ejemplo, el sector agroalimentario es paradigmático por su bajísimo nivel de inversión en desarrollo de personas) y casi siempre con gran lentitud.
Sin embargo, el ver a los empleados como un activo al que hay que cuidar, invertir y desarrollar es, sobre todo, una necesidad pragmática, no sólo una técnica de gestión inteligente. No, no se trata de “paternalismo” o “buenismo”, sino un enfoque que entronca con el núcleo central de las necesidades de las empresas: rentabilidad y sostenibilidad.
Pero, más allá de lo evidente, los signos de resistencia al principio de “los empleados como activo” son a menudo sutiles. Se pueden ver cuando un empresario dice: «Los tiempos son difíciles, así que recortemos el presupuesto de formación».
O: «Vas a tener que posponer ese viaje con la familia, porque con el nuevo proyecto pendiente no hay forma de que podamos dejarte ir durante 2 semanas».
Los directivos deben estar preparados para hacer sacrificios por estos activos, que incluyen invertir en desarrollo, proporcionar tiempo libre para los temas personales (llamémoslo «mantenimiento preventivo») y permitir que los mejores trabajadores avancen a su propio ritmo.
En línea con lo anterior, debes dedicar más tiempo a desarrollar a los de mejor desempeño que a intentar salvar a los de bajo desempeño o impulsar a los de desempeño mediocre.
Uno de los mayores errores de gestión con las personas es ignorar a los que vuelan alto (porque «pueden cuidar de sí mismos») y dedicar un tiempo y unos recursos preciosos a intentar reducir la mediocridad.
Desarrollar personas significa eliminar el desempeño deficiente y hacer crecer más todavía el desempeño superior.
