Si bien algunos jefes pueden ser impertinentes, molestos o frustrantes, eso no significa necesariamente que sean “tóxicos”.
Pero si su comportamiento te está machacando y afectando a tu bienestar, entonces quizás te venga bien atender a estas “banderas rojas”.
Carecen de la autoconciencia. Los jefes tóxicos carecen de la capacidad de reconocer y controlar sus emociones. Tienden a pensar que tienen razón sobre todo, lo que elimina su capacidad para crear resonancia con los equipos y los hace resistentes a la retroalimentación.
Ausencia de empatía. Los jefes tóxicos no invierten tiempo o energía en la construcción de relaciones para comprender cómo su enfoque de comunicación puede afectar a los demás. Muestran resistencia a relacionarse con los desafíos, las perspectivas y las emociones de los miembros de su equipo, lo que conduce a una reducción drástica de la confianza mutua.
Lo único que les motiva es su propio interés. Los jefes tóxicos hacen todo para sí mismos y pretenden atribuirse los éxitos de los demás. Es probable que realicen movimientos estratégicos arriesgados y llamativos, a menudo a expensas de la estabilidad del equipo a largo plazo.
Ponen de manifiesto comportamientos inconsistentes. Los jefes tóxicos son impredecibles, y los empleados pueden tener dificultades para descifrar lo que se espera de ellos de un día para otro. Estos jefes no se comunican con claridad, a menudo muestran favoritismo e incluso discriminación.
Utilizan y aprovechan las dinámicas basadas en el poder. Los jefes tóxicos potencian su poder, esperando que los empleados realicen sus instrucciones obedientemente y sin cuestionar su autoridad o el valor del trabajo que se realiza.

