
En la Plaza del Castillo de Pamplona se localizó una importante necrópolis musulmana, denominada maqbara, que data de entre los años 713-714 y 799, fecha en la que finalizó el dominio musulmán en la ciudad. Este descubrimiento se produjo en el año 2002 durante las obras para construir un aparcamiento y se identificaron un total de 190 tumbas islámicas con 177 esqueletos en diferentes estados de conservación, todos enterrados mirando hacia la Meca, como es tradición musulmana.
1.500 años después de que Pompeyo Magno impulsara aquel asentamiento romano, otro hombre ilustre, el monarca navarro Carlos III el Noble, moría y era enterrado en la catedral de la vieja Iruña, entonces reconocida ya como capital del Reyno de Navarra. Era el 8 de septiembre de 1425, justo dos años después de que el mismo monarca firmara el Privilegio de la Unión por el cual los tres núcleos de población (los tres “burgos”: Navarrería, San Nicolás y San Cernin) pasaban a formar una entidad conocida propiamente, y desde entonces, como la Ciudad de Pamplona.
Pero si por algo es mundialmente conocida Pamplona es por sus fiestas en honor a San Fermín, copatrono de Navarra junto a San Francisco Javier (el patrón de Pamplona es San Saturnino, el 29 de noviembre). La tauromaquia y los encierros son también eventos centenarios. Hay constancia de corridas oficiales desde 1591, aunque se celebraban actos con toros desde un siglo antes. El primer encierro oficial data de 1868, pese a que también existían carreras previas con las reses.
Como para tantos otros navarros, mis primeros recuerdos de los Sanfermines se remontan a las madrugadas con mi padre para “subir” a Pamplona al encierro. Cuando, ya en la universidad, me “convertí” en pamplonés, las fiestas pasaron a ser esa aventura en la que “cualquier cosa” podía ocurrirte junto a tu cuadrilla de amigos.
Toda la ciudad de blanco y rojo para el almuerzo multitudinario del día 6, el Chupinazo a las 12:00 y anudarse el pañuelico (¡”Viva San Fermín y Felices Fiestas”!). El baile de «La Alpargata», la procesión musical del Santo o la comida del Día Grande, 7 de julio, para acompañar después a la Pamplonesa y su pasodoble («Pamplona, Feria del Toro») junto a las mulillas. Las dianas, el encierro, más almuerzos, los gigantes o los/las “giris”. El “apartao”, el aperitivo en “el Monas”, la corrida con su merienda y los gintonics que permiten soportar la solanera del tendido. La salida de los toros, la música imparable, una actuación musical después de la cena, y la noche abierta hasta el amanecer que da paso al nuevo día. ¡Así hasta 9!, con la Octava y el Pobre de Mí el día 14.
Adaptándote a todo ello a medida que va pasando la vida; encontrando tus “momenticos” y dosificando para ir adecuándote a tus capacidades y resistencias. Porque la grandeza de los Sanfermines es que son unas fiestas abiertas, en la que todo el mundo puede encontrar su hueco, su sitio y su ritmo.
Las fiestas polulares combinan celebración, alegría, tradición, raíces, consciencia de pertenencia y reencuentro. Algo que sabemos muy bien todos aquellos que también somos “de pueblo”. ¡Y de todo ello somos grandes especialistas en cualquier parte de España!
Pero si no conoces los Sanfermines, te animo vivamente a hacerlo. Porque, como dice la canción, “Que son en el mundo entero/unas fiestas sin igual. ¡Riau-riau!”.

“La ciudad es bonita e impresiona, pero la fiesta asusta. ¡Es una fiesta total!” – Hillary Hemingway, sobrina de Ernest Hemingway.
“En Sanfermines hay que olvidarse del pelo.” – Llongueras, peluquero.

