Tengo la suerte de tener amigos, colegas y clientes en toda España e incluso un poco más allá. Muchos de ellos están comprensiblemente atónitos por las maquinaciones políticas provenientes de los Estados Unidos en este momento, en donde además tengo a mi hijo recién graduado empezando a buscar su primer empleo. Francamente, parece que también muchos estadounidenses están desconcertados. Los huevos han pasado a ser la nueva criptomoneda, los mercados parecen una montaña rusa de parque de atracciones y ya se empieza a hablar del riesgo de inflación y de recesión en USA como consecuencia de los aranceles impuestos a otros países. Veremos…
Pero la vida sigue.
Llegamos de Costa Rica la pasada semana (razón por la que no has recibido mis “cafés” en estas dos semanas), donde un euro se cambiaba por 500 colones (la moneda local), aunque la inflación del país en 2024 ha sido de tan sólo de un 0,84% (la de Argentina en enero ha sido del 84%; son cifras ciertas, no coincidencias tipográficas). Cuando los “ticos” (así se autodenominan los costarricenses) me preguntaban qué me parecía el clima o qué era lo que más me gustaba de su país, mi respuesta inmediata era: “¡Vosotros!”. Amables, sonrientes, serviciales, alegres, tranquilos, con una visión de la vida muy diferente de la nuestra. Cuando volví a caminar por Pamplona, mi casa, tuve la sensación de que nos movemos demasiado rápido, demasiado “cada cual a lo suyo”.
Y la vida sigue.
Según fuentes de USO, la tasa de emancipación de personas jóvenes en España es la peor en toda la historia: solo el 14,8 % lo logra. El salario mediano de los jóvenes en 2024 fue de 1.048,19 euros netos en 12 pagas, mientras que la pensión media en España, según informe de la Seguridad Social, es 1.261,90 euros (¿el mundo al revés?). Ya se habla de más de un 3% del PIB para gasto en defensa (España está en el 1,3%). En 2008, fue Zapatero quien nos dijo a los españoles que teníamos que «apretarnos el cinturón». Ante el nuevo orden mundial que ha llegado, veremos quién y cuándo nos dice que se nos acabó la fiesta.
Pero la vida sigue.
Puedo votar, pero no puedo controlar quién gana. Puedo apoyar a mi equipo favorito, pero no puedo influir en el resultado del juego. Puedo planificar un gran viaje sólo para encontrarme con atascos o con un equipaje perdido, de los cuales no soy culpable ni lo puedo evitar. Podemos perder amigos y despedir a familiares fallecidos demasiado pronto, pero atesoramos sus recuerdos y avanzamos más allá del dolor.
Porque la vida sigue.
La vida sigue pase lo que pase, por lo que también deberíamos aprovecharla al máximo. Eso implica controlar e influir en aquello que está en tu mano y no sufrir o malhumorarte por aquello que está fuera de tu control.
Ya lo dice la Plegaria de la Serenidad: “Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.”
La vida sigue. Amén.
“No tengo ningún control sobre lo que realmente sucede, excepto el control total sobre mi voluntad hacia mí, mi intención y el por qué estoy allí. Eso es todo lo que importa.” —Sza, cantante estadounidense.
“No puedes controlar lo que te sucede, pero puedes controlar tu actitud hacia lo que te sucede, y por eso, dominarás el cambio en lugar de permitir que el cambio te domine a ti.” —Brian Tracy.
“Si todo parece bajo control, simplemente no vas a ir lo suficientemente rápido.” —Mario Andretti.