Empresa sin alma

Por José María Garrido

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Carta abierta a un/a profesional desorientado/a (II)

 

De entrada, te pido disculpas por haber llamado “Arcadia Feliz” a tu lugar de trabajo en los buenos tiempos. Hay que reconocer que es una auténtica suerte acudir a trabajar cada día con una sonrisa, y que consideraras que tus 12 primeros años en la empresa habían estado llenos de ilusión, desarrollo y crecimiento. Siendo así, era evidente que tu carrera profesional fuera una parte esencial de tu vida y de tu felicidad como persona.

 

Pero, de repente, sin saber muy bien por qué………………… ¡¡todo empezó a cambiar!!

No sabes si fue consecuencia de la maldita crisis, de que las ventas ya no iban tan bien como antes, de la presión de la multinacional a la que pertenecíais… ¡o que todo el mundo se había vuelto loco de repente!

 

Se empezaron a abrir proyectos para “mejorar la productividad y reducir costes”. Hubo varios de ellos. En todos los casos os reunían en una sala y os decían que “las cosas no iban bien, y que había que apretarse el cinturón”. Después aparecían unos señores bien trajeados, los consultores externos, que con amplias sonrisas os pedían transparencia… que tendrían que entrevistarse con vosotros… y que la dirección les había pedido “celeridad en las actuaciones”. Más tarde supiste que solían cobrar una parte proporcional de los costes que hubieran conseguido ahorrar a la empresa. Pero, “¿desde cuándo unos tipos que no saben nada de nosotros consiguen ahorrar costes en 6 meses, sin que la organización se resienta?”, pensabas para ti, sin  atreverte a decírselo a nadie.

Lo cierto es que durante el desarrollo de esos proyectos de ahorro, los consultores se movían por la organización con habilidad y seguridad, a paso firme al desplazarse por los pasillos, entrando y saliendo de las diferentes oficinas, y con una sonrisa poco fiable cuando, sin previo aviso, se sentaban contigo a pedirte datos, cifras, resultados objetivos… o, peor aún, cuando te preguntaban con tono de interrogatorio “qué opinas de esto, de lo otro… o de éste compañero y del otro…”. Sentías incomodidad cuando te tocaba a ti, y alivio cuando no te dirigían la palabra durante semanas.

 

Además de los consultores, los compañeros del Departamento de Control también empezaron a visitarte con más frecuencia. Te pedían los mismos datos, las mismas cifras y los mismos resultados que los consultores y, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, sus requerimientos te obligaban a hacer informes que te quitaban mucho tiempo como para hacer bien tu trabajo, que se retrasaba peligrosamente. Pero lo más incómodo de esto era que estos mismos compañeros se habían vuelto muy hoscos, muy secos, a la vez que extrañamente exigentes; era como si les hubieran investido de un poder superior, por encima del bien y del mal, y se manejaban con vosotros con un cierto tono policial: «¡¡Estamos trabajando para El Proyecto!!».

Pero, ¿por qué se comportaban así? ¿Qué les habías hecho tú… de repente?

 

Te llegaron noticias de desavenencias en el seno del Comité de Dirección, aquel que durante muchos años había sido una piña. Eso se notaba porque veías cada vez menos a los directores, y tenías la sensación de que ellos también se veían con menos frecuencia. Antes solían estar juntos a menudo, los veías hablando entre ellos, normalmente con caras sonrientes. Cualquiera de ellos te dedicaba unas palabras amables en la oficina o en la máquina del café. Pero ahora, la sensación es que siempre iban por separado, o como mucho de dos en dos, pasando muy rápido por la oficina, sin hablar con nadie; con caras oscuras, lánguidas… enfadadas. Es como si estuvieran tratando de evitarse… aunque seguían celebrándose las reuniones del Comité de Dirección, claro.

Pero esto lo notabas, sobre todo, porque tu Jefa ya no era la misma. Se había vuelto más retraída, ya no sonreía, y ya no se relacionaba ni tanto ni de la misma forma con vosotros. En ocasiones pasaban días y días sin que os dirigiera ni una palabra. Estaba como ausente. Y tú empezaste a echarla de menos

 

Se establecieron reuniones fijas, diarias y semanales, a las que acudía mucha más gente de la que tú creías necesario. A ti te apuntaron obligatoriamente a unas cuantas. Entre eso, y que la mayoría de ellas se eternizaban, te quedaba poco tiempo para hacer tu trabajo como es debido. Pero te habían dicho que ahora lo importante era “asistir y estar”. Se decía, en una especie de machacona cantinela, que “había que fomentar el trabajo en equipo (???)». En realidad, aquellas reuniones interminables eran pequeños monólogos de uno detrás de otro presentando sus resultados como si fuera una letanía, o un rosario… o como un Via Crucis. Quienes ponían energía y énfasis en las disertaciones eran los miembros del Departamento Comercial, que con seguridad y voz enérgica siempre estaban exigiendo cosas “porque lo quería el Cliente”, aunque a veces tú no tuvieras muy claro si era así, o en realidad era para cubrir sus propias necesidades o deficiencias.

 

Entre tu equipo las cosas también estaban cambiando, como si la relación se estuviera volviendo más fría. En el fondo sabías que tus compañeros estaban tan preocupados como tú, pero ellos tampoco parecían querer hablar del tema. Todos os limitabais hacer el trabajo, sin hacer ningún comentario sobre los temas que realmente te preocupaban… con la seguridad de que también les preocupaban a ellos.

 

 

Fueron pasando los meses y algún año. Algún directivo abandonó la empresa, y se habían ejecutado bastantes despidos, algunos de los cuales nunca entendiste muy bien, pues se trataban de personas muy respetadas en otros tiempos. Se habían puesto en marcha cambios profundos en los organigramas, y muchas funciones habían sido transferidas, recolocadas o, directamente, eliminadas. El caso es que ahora eran otras personas las que llevaban la voz cantante. La mayoría eran ingenieros, muy preocupadas por el dato, la cifra y el resultado, y muy alineadas con la palabra Productividad que, junto a trabajo en equipo, habían pasado a ser las más utilizadas. Se implantaron reuniones de seguimiento diarias y semanales, en las que se revisaban infinidad de indicadores, que unas semanas iban bien para ir mal a la siguiente, y viceversa. ¡Lo cierto es que nunca nadie estaba contento con nada!

 

La desconfianza se había apoderado de la organización. Parecía que cada cual iba a lo suyo, como si cada uno tuviera que salvar su culo (con perdón), sin preocuparse del de los demás.

Organización tóxica
Organización tóxica

 

Y empezaste a notar que empezaban a desconfiar de tu trabajo. De hecho, te congelaron el salario.

 

Tú creías en lo que hacías; habías tenido una progresión muy fuerte durante años, habías recibido importantes reconocimientos, y la dirección y orientación de tu jefa (que, por cierto, era una de las que se había ido hacía unos meses) durante años había sido objeto de felicitaciones incluso por parte de la Dirección General… que también había cambiado hacía ahora un año. Tu nuevo jefe te lo dejó muy claro: “Olvídate de monsergas y antiguas historias. Conoces el objetivo. Tú verás. Cuando tengas el resultado, vienes a verme”.

 

Un día en el que te encontrabas con pocos ánimos, decidiste ir a tomar un chocolate (…el café nunca te ha sentado bien 🙂 ). Casi sin quererlo (ellos no podían verte), escuchaste un comentario entre dos compañeros. Se hablaban susurrando, como a escondidas. En un momento dado, uno de ellos, refiriéndose a una conversación previa que había tenido con alguien de una posición importante en el organigrama, comentó: “Y… ¿sabes lo que me ha dicho? ¡Esto es lo que hay! ¡Al que no le guste, que se vaya!”

 

No te lo puedes creer, ¿verdad? Hace tan solo un par de años no te podías imaginar esto ni de broma, ¿no? No puedes entender cómo un montón de años de dedicación, esfuerzo, fidelidad, alineamiento con la empresa, creencia ciega en su progresión, reconocimientos y compromiso… se hayan podido diluir como un azucarillo; como si todo eso no hubiera existido, como si todo hubiera sido, en realidad, un hermoso sueño.

Y no puedes quitarte de la cabeza un cierto punto de decepción con tu jefa, aquella en la que habías creído ciegamente, aquella cuyas palabras e indicaciones eran motivo de fidelidad absoluta. Cómo solía decirte, y tú creías a pies juntillas, que «lo importante es la empresa, el proyecto», que «todo debe estar supeditado a ese objetivo superior». Que aquella empresa tenía unos principios lo suficientemente sólidos como para que no cambiaran nunca. Que sólo pensar en otras posibilidades, en otras opciones, sería poco menos que una traición a la confianza que se había depositado en ti. Que el (único) futuro estaba allí, en aquel equipo, con aquel proyecto, en aquella organización. Pero ella se fue. Fue la primera en no cumplir con esas palabras.

 

Y, ahora, tú te autoimpones la idea de que “el trabajo ha pasado a ser secundario en mis prioridades”, “aquí, después de todo, no se está tan mal” o “no me atrevo a dar ningún paso, con los condicionantes que tiene mi vida, y lo difícil que está la cosa”. Es decir, has tomado la decisión de tirar la toalla, de abandonarte a tu zona de ¿confort?… cuando tan solo tienes unos 40 años, una experiencia impresionante, y un futuro prometedor, a poco que tengas la valentía de establecer TU plan, tu PROPIO plan, y el de nadie más.

 

Porque estás trabajando en una empresa SIN ALMA, en una situación de peligroso estancamiento, sin más ilusión que la nómina mensual. ¡¡Y eso es lo más terrible que te puede pasar!! ¡¡REACCIONA!!

 

Que… ¿cómo se hace? Te lo diré en el siguiente post.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

  • Rebelde: así me definieron en una ocasión.

    Esto me obliga a no apalancarme, continuar mejorando las cosas, hacer lo que creo y lo que me hace feliz.

    Adaptarse o …. cambiar???

    • ¡Me alegro haber dado en el clavo en tu caso Bo 🙂 !
      No sé si es una cuestión de «rebeldía», que, bien entendida, me parece muy sana, sino más bien de tener claro en cualquier «proyecto» (sea éste «salir a cenar» o «lo que busco en mi vida laboral»):

      1º) el PROPÓSITO: ¿Por qué? ¿Para qué ….. emprendo el proyecto?
      2º) los PRINCIPIOS: Estándares y Valores que me guían en el proyecto
      3º) la VISIÓN/SUEÑO que pretendo conseguir: ¿Qué?
      4º) la FORMA de llevarlo adelante: ¿Cómo? Estrategia, acciones necesarias, pasos a seguir
      5º) la ORGANIZACIÓN: Planificación de esas acciones
      6º) y HACER: Ponerse en marcha, e ir controlando el plan.

      En el próximo post, que cerrará esta serie, pretendo dar una visión (superficial, claro) de lo que yo creo que es esencial tener en cuenta en este momento de «cambio de época» (mucho más profundo que una «época de cambios»). Se titulará «¿Qué hago para recobrar mi ilusión profesional?» Espero que lo leas, y que también te guste (doy por supuesto que ya has leído la primera parte sobre la «Arcadia Feliz»)

      También estoy preparando una serie de varios artículos con un ejemplo real (y exitoso) de esa forma de «desplegar» un proyecto que te señalo en este comentario. Creo que también te interesaría leerlo (como ves….. te estoy proponiendo que te suscribas a mi blog 😉 )

      En cualquier caso, ¡mil gracias por enriquecer este artículo con tus comentarios!

  • Como si me hubieses leído la mente….

    Rebelde, así me definieron una vez. Durante mucho tiempo pensé que sentía así por esta rebeldía, pero no, las cosas pueden cambiar y mucho. El ser Rebelde me obliga a seguir, a no conformarme y a pelear por lo que creo y me hace feliz.

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