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En nuestra entrada anterior decíamos que en nuestro sector agroalimentario en realidad no vendemos manzanas, jamones o cebolla caramelizada, sino que vendemos “valor… para alguien”, y de la importancia estratégica de identificar muy bien “quién es ese alguien” y “qué de valor tengo para él”.
A no ser que yo mismo decida ser un commodity, o sea hacer lo mismo que los demás pero más barato y sentenciar así la rentabilidad y el futuro de mi negocio.
La reflexión que hoy quiero compartir contigo también creo que es muy interesante.
En nuestro sector solemos tomar unas materias primas o unos insumos, las tratamos o procesamos de alguna manera y con ello obtenemos algo diferente a lo inicial al que llamamos producto terminado.
A todo ese proceso se le suele llamar, en mi opinión con demasiada alegría, “cadena de Valor”. Y la pregunta es:
¿en qué medida podemos afirmar que esas etapas y actividades “aportan valor”?
Seamos claros: lo que sí es cierto es que cada cosa que hacemos en una empresa aporta COSTE y, por tanto, lo que es indudable es que se trata de una “cadena de Coste”.
Porque ya hemos quedado que el Valor es para alguien (que llamamos cliente) y Valor es utilidad, deseo, estatus, rentabilidad, necesidad o problema resuelto, etc. para ese cliente.
Es cuando el cliente paga (esperemos que un precio superior al coste total de obtención) por tener nuestro producto y servicio cuando se demuestra que hemos creado valor.
Y la reflexión final sería: ¿Cuánto de lo que hacemos aporta valor real al cliente?
¿Cuánto de nuestras
- reuniones,
- formaciones,
- conversaciones,
- papeleos,
- errores,
- atascos,
- confusiones,
- etc.,
suman al valor final?
Porque lo que sí es cierto es que todo eso, de entrada, es COSTE
Pero bueno, ¿tú qué opinas? Deja tus impresiones en los comentarios y conversamos sobre todo esto.