El Homo sapiens es un ser social.
Por eso creo que en un momento de nuestra vida deseamos pertenecer a una «tribu» y formar parte de la multitud (en inglés, “in-crowd”, que, por cierto, es el título de una buena canción escrita por Billy Page en 1964 que puedes disfrutar aquí en una versión reciente de Gregory Porter).
Esa “necesidad de pertenencia” es particularmente relevante durante la adolescencia, cuando envidiábamos a los más hábiles jugadores de canicas o de fútbol, y las niñas querían parecerse a la más guapa de la clase. Hoy no tenemos más que pararnos a observar a los grupos de chicas y chicos, con estilos de ropa y zapatillas que nos hacen pensar que son clones unos de otros, o cuando muestran “vergüenzas” de separarse excesivamente del grupo, convenientemente liderado por la más «atrevida».
Esta pertenencia a la multitud es el resultado de lo que los psiquiatras denominan “presión normativa”, y de la necesidad de “encajar” y ser aceptados por las personas más “populares” de nuestro entorno.
Es por eso por lo que vemos modas que son idénticas en muchas personas diferentes, independientemente de si es adecuado para unos u otros, o de si esa “tendencia” tiene algún tipo de sentido. Estoy pensando, por ejemplo, en las gorras con la visera hacia atrás o en los pantalones vaqueros completamente destrozados a base de rasgados aquí y allá.
Pero también pienso en ello al observar el éxito definitivo que han tenido los veraniegos pantalones cortos “de vestir” en los caballeros (¡coronados con unos mocasines sin calcetines!), apreciar que hay muchísimas más señoras rubias de las que están justificadas por un resultado natural (a veces pienso que podría haber hecho una fortuna si me hubiera introducido en el negocio del peróxido) o ver hordas amontonadas al mismo tiempo en la misma playa en el mismo mes, o caminando al anochecer arriba y abajo por el mismo paseo marítimo al lado del Mediterráneo; («Pepi, ¡estoy al lado de un chiringuito precioso, chica!«)
Irónicamente, incluso los inconformistas forman su propia “multitud” a fuerza de practicar su idéntico inconformismo, como ocurre con los tatuajes que, poco a poco, van cubriendo todos y cada uno de los centímetros de piel, o con el corte de pelo al flequillo y los aros en ambas orejas de un sector de la población masculina de Pamplona y alrededores. Mi admirado Peter Drucker comentó una vez que “nadie es más conformista que el ‘convencionalmente poco convencional’”.
En nuestro agobio por unirnos a la multitud perdemos una parte de nosotros mismos.
Supongo que es algo que les ocurrirá a los miembros de ese grupo parlamentario que, «como un solo hombre (o mujer)», defienden hoy enérgica y acaloradamente la posición A, y mañana apoyan sin fisuras, con la misma vehemencia, la posición B… totalmente contraria a la anterior. Pero también cuando somos incapaces de escuchar y atender las posiciones del otro como para aceptar que estamos equivocados. Y no digamos cuando rendimos nuestro poder de definir la felicidad en nuestros propios términos y cedemos a las opiniones de una celebridad, las redes sociales o un vecino fanfarrón.
Hoy tengo una resistencia especial a formar parte de la multitud. Creo que nuestro aliento se vuelve tóxico en los rebaños.
Prefiero cultivar un criterio propio, aunque eso implique ser un poco rebelde o incluso disidente.
O por decirlo de otra manera, ser una multitud de uno.
“La soledad es fuerza; depender de la presencia de la multitud es la debilidad. El hombre que necesita una mafia para activarse está mucho más solo de lo que imagina.” —Paul Brunton.
“Un hombre que quiere dirigir la orquesta debe darle la espalda a la multitud.” —Max Lucado
“El respeto a uno mismo, la dignidad y la gracia son muy importantes. Puedes tener un determinado aspecto o disponer de ciertos antecedentes, pero cuando tienes esas tres cualidades, te diferencias de la multitud.” —Esha Deol.