Tengo la sensación de que nuestra sociedad (y no sólo en España, sino en Occidente en su conjunto) está experimentando un cambio de cimientos bastante sutil.
Los viejos tiempos de las «élites bienpensantes», las escuelas centradas en “el palo y la zanahoria”, el complejo de inferioridad de la tortilla de patatas, la represión sexual o la televisión en blanco y negro ya hace tiempo que desaparecieron, afortunadamente. Hemos progresado muchísimo, desde mi juventud a principios de los años 60, en términos de igualdad y oportunidades en la sociedad.
No somos perfectos y necesitamos continuar mejorando, pero es cierto que se han ido desplegado los verdaderos valores de nuestro entorno. Entre otros, evitar en gran medida una excesiva “tiranía de la mayoría”, en el sentido de que una democracia fuerte debe proteger los derechos de las minorías para ser realmente perdurable.
En Europa gozamos de un nivel de vida y de educación impensable hace unos años. Podemos afirmar con rotundidad que la libertad y la democracia han creado más riqueza, progreso y seguridad que cualquier gobierno totalitario.
Aunque, quizás, haya que ser un poco menos “rotundo” hoy… porque podemos observar señales generadoras de inquietud.
Por un lado, el desplazamiento del eje de la economía del Atlántico al Pacífico, con una China imparable, que avanza hacia el liderazgo del mundo no sólo económico, sino también cultural.
Las crecientes desigualdades en la “aldea global”, con inmigrantes tratados como mercancía, junto a la caída de la natalidad, el cambio climático o la sociedad líquida. La sustitución de la verdad por la posverdad o la mentira, del criterio personal por el titular tuitero o de la educación por la manipulación,
Además, en los últimos tiempos parecería que estamos entrado en una era de la «tiranía de la minoría», en la que se sustituyen las ideas por la ideología. Se nos dice que nos ajustemos a la identidad, no al talento; que debemos usar un lenguaje prescrito con nuevos pronombres, a riesgo de ser «cancelado» si no te adhieres a lo que equivale a una nueva teología social.
Se critica el emprendimiento (o al empresariado, que al fin y al cabo son los mismo), se nos ejemplifica la conveniencia más que los principios y valores, o se nos pide que aceptemos la primacía absoluta de la igualdad frente al esfuerzo y las habilidades.
Gerard Baker ha dicho que «parece que estemos perdiendo nuestra alma».
En este contexto cabría preguntarse, ¿qué futuro le espera a nuestra civilización, hasta hace poco líder del mundo, y a nosotros con ella?
Yo soy un tipo optimista, pero preveo una crisis si creemos que lo que hemos logrado no es importante, que nuestros valores están equivocados, que estamos cargados de una culpa que nunca podremos extirpar, o que el mérito no es un rasgo de admiración y la métrica para el éxito.
“Estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte. Si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo.” – Goethe.
“La razón del gran fracaso del socialismo en el mundo es simple: los que no hacen se benefician de los que sí. No hay incentivos para los que se esfuerzan, y hay premios para los que eluden labor y responsabilidad. No se recompensa la excelencia, pues nunca se llega a ella, ya que la mayoría empuja hacia abajo.” – Daniel Lacalle Fernández
“Tendremos el destino que no hayamos merecido.” – Albert Einstein