Cuando era más joven (digamos, desde hace 20 años hacia atrás), tenía prisa por hacer muchas cosas que, realmente, no necesitaban de un planteamiento tan frenético. De hecho, una vez intenté ver todo un museo en una visita. O me habría gustado ver tres museos en un día. (¡Puedes ver cómo, fácilmente, una cosa lleva a la otra!).
Esta misma semana, una joven pareja de nuestra familia de menos de 30 años nos contaban con toda su ilusión cómo habían planeado un viaje a Tailandia para el próximo mes de junio: “Tres días en Bangkok, avión, 3 días en el norte, avión, dos días en la playa en una costa y tres días en la otra costa… que hace mejor tiempo. Total para Tailandia: 15 días”. ¡Uuuf!
En este momento, mi mujer y yo elegimos cosas de interés y pasamos tiempo disfrutando de ellas (en un museo, un viaje, una ciudad…); a veces vamos por caminos separados y acordamos reunirnos más tarde en un lugar determinado.
Por supuesto, también me ha tocado ver personas sentadas en medio de una exposición, mirando una sola obra durante horas y horas mientras yo iba y venía (a veces, verificando si esas personas mostraban signos de vida).
Creo que ambos extremos son terribles. O nos apresuramos a través de las experiencias sin comprender ni apreciar lo que estamos viviendo, o nos concentramos en exceso en pequeñas partes de nuestras vivencias sin el contexto necesario que las rodea.
Para el primer caso, en una ocasión acompañé a un director industrial revisando apresuradamente los gráficos de control de calidad de las líneas de producción de la fábrica, mientras mi acompañante se mantenía completamente inconsciente de una fuga de aceite debajo de una máquina que se extendía hacia sus zapatos.
Para el segundo, saliendo de Ciudad de México, mi conductor me pidió que mirara hacia la margen derecha de la enorme autopista para que me maravillara de las grandes casas. Sin embargo, a nuestra izquierda y sobre una serie de colinas interminables, se extendía una de las pobrezas más deplorables que nunca haya presenciado.
¿Cómo decidimos cuánto tiempo dedicar a algo, cuándo seguir adelante o cuando quedarnos ahí y concentrarnos? Frecuentemente, las circunstancias toman esa decisión por nosotros. Si quiero conseguir el mismo punto crujiente, nunca puedo acelerar la tostadora en posesión de la rebanada de pan del desayuno. Y tampoco he podido apreciar el paisaje atrapado dentro de uno de esos «tazones gigantes» de una montaña rusa.
Pero generalmente tenemos opciones.
No hay nada de malo en leer rápidamente, a no ser que no comprendamos lo que estamos leyendo, claro. Y no hay nada de malo en tomarnos nuestro tiempo para una lectura pausada, a menos que nunca terminemos el libro y entendamos su mensaje completo.
Corre por ahí una vieja historia apócrifa sobre un vendedor que realizó 22 visitas récord en un solo día. «Podría haber hecho 23», dijo, «pero alguien me detuvo para que le explicara lo que estaba vendiendo».
Debes ser paciente cuando estés disfrutando de un cumpleaños, un aniversario, una boda, un acontecimiento familiar o unas vacaciones. Pero no tienes que ser paciente a la hora de disfrutar de cada nuevo día. Ahora.
Aporta a tu entorno todo lo que puedas. Aprende todo lo que puedas.
¡Disfruta todo lo que puedas!
“La paciencia no es simplemente saber esperar, sino cómo nos comportamos mientras esperamos.” – Joyce Meyer.
“Es más fácil encontrar voluntarios para morir que encontrar hombres que estén dispuestos a soportar el dolor con paciencia.” – Julio César.
“Soy paciente con la estupidez, pero no con aquéllos que están orgullosos de ella.” – Edith Sitwell.
“El genio es paciencia eterna.” – Miguel Ángel.