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Cuentan que había una vez un aprendiz que se acercó a un leñador muy experimentado, y le pidió que le enseñara todos los secretos del oficio. Al leñador experto le pareció muy bien, y así comenzó la formación del aprendiz.
El maestro fue enseñándole, paso a paso y de manera muy detallada, todas y cada una de las técnicas propias de la tala de árboles, toda la operativa.
Al cabo de tres meses, el aprendiz creyó que ya disponía de todas las habilidades propias de un leñador maduro y, movido por las ganas de acción propias de su juventud, retó al leñador experto a una competición para ver quién era capaz de cortar más árboles en un solo día.
“Soy más joven y fuerte que él –pensó el joven leñador- y, como ya conozco todas las técnicas sobre cómo talar árboles, seguro que gano la apuesta”.
De nuevo, sin decir nada al respecto, el leñador experimentado aceptó.
En el día acordado, los leñadores se pusieron uno dando la espalda al otro, y cada uno comenzó a cortar árboles en direcciones opuestas del bosque.
El leñador joven cortaba los árboles con rapidez, movido por su ímpetu y su fuerza.
“Si sigo a este ritmo, cortando árboles sin parar, al finalizar el día estoy seguro que habré cortado muchos más árboles”, pensaba.
De vez en cuando miraba muy rápidamente al leñador experto y, efectivamente, su idea se confirmaba viendo que él llevaba más árboles cortados que el maestro.
Además, también observaba que éste se paraba de vez en cuando, lo cual todavía le daba más ímpetu para aprovechar la ventaja que el leñador experto le concedía. “De vez en cuando se para; claro, es muy mayor, y necesita descansar cada cierto tiempo”, se decía a sí mismo.
Hacia la tarde, el leñador joven dejó de preocuparse por su oponente, y continuó cortando y cortando árboles sin parar.
Sin embargo, cuando terminó el día y contabilizaron la cantidad de árboles de cada uno, observó con sorpresa que el leñador experimentado había cortado unos cuantos más que él, lo cual le sumó en el desconcierto.
“No puedo entender qué ha pasado”, dijo; “yo no he parado de cortar árboles ni un momento, mientras tú dejabas de hacerlo de vez en cuando. ¿Cómo es posible que hayas cortado más árboles que yo?”, preguntó el joven e inexperto leñador.
“Porque yo paraba de vez en cuando para afilar mi hacha”, respondió el maestro con una dulce sonrisa en su rostro.
No se trata sólo de HACER, sino que debemos LOGRAR. Y para lograr hay que pararse a PENSAR primero:
- A dónde nos dirigimos.
- Qué queremos conseguir, y
- COMO vamos a ir hacia allí.
Y la Estrategia es ese CÓMO.
Si no te paras periódica y sistemáticamente a “afilar tu hacha” estarás malgastando la energía y los recursos de tu empresa.
Si no elaboras una buena estrategia cada cierto tiempo, a poder ser junto a tu equipo de dirección, te encontrarás sin rumbo y ese es un dispendio que no te pues permitir en tu negocio porque, como decía Séneca:
“No hay viento favorable para el barco que no sabe a dónde va”.
Por eso en las próximas entradas vamos a hablar sobre la elaboración del Plan Estratégico para tu Pyme agroalimentaria
Pero, en tu empresa agroalimentaria, ¿paráis a pensar de vez en cuando? ¿lo hacéis de acuerdo con alguna sistemática determinada?
Venga, espero tus comentarios aquí abajo👇👇