Las organizaciones se enfrentan continuamente a problemas, tanto previstos como imprevistos. Pero no podemos evitar nuestro “amor” por buscar culpables (chivos expiatorios) en lugar de por encontrar la causa.
Las consecuencias adversas de los problemas no pueden resolverse sin eliminar primero sus causas.
Podemos protegernos de sus efectos (rociadores antiincendios, tiritas, pólizas de seguro y ruedas de repuesto). Pero si queremos prevenir o resolver los problemas, primero tenemos que eliminar las causas del colesterol (ingerir grasas saturadas), de los neumáticos pinchados (vidrios en el camino de entrada) o de las malas contrataciones (pésimas entrevistas) si queremos prevenirlos o resolverlos.
Encontrar a alguien a quien culpar (la persona que rompió la botella de vidrio, la persona de RR.HH. que hace entrevistas) no es suficiente, porque entonces seguimos alegremente nuestro camino como si el problema se hubiera resuelto.
Porque independientemente de que esa persona sea “culpable” o no, el problema persiste si no buscamos su eliminación porque el trabajo termina con la identificación del “chivo expiatorio”.
No permitamos que la búsqueda de una causa se desvíe hacia la búsqueda de un culpable. Especialmente porque la culpa a menudo recae sobre la persona que simplemente fue la más lenta en salir de la habitación.
Hay poco futuro para aquellas organizaciones en las que no necesitas ser la persona más rápida en escapar del “zarpazo del oso”, sino simplemente la segunda menos lenta.