Dos historias.
Historia #1
Me pidieron que me reuniera con el socio de una empresa en una cafetería de Madrid para discutir la posibilidad de hacer algún trabajo para la organización. Me dijeron que era el socio más avanzado y que sus socios no querían que él discutiera mejoras en la estructura o en la política salarial. De todas formas, vayamos con la cafetería.
Me llamó por teléfono para decirme que llegaría 5 minutos tarde y que si le podría pedir un vermú. Son cosas que no me tienen que repetir dos veces, así que pedí raudo su vermú y mi correspondiente malta con un cubito de hielo.
Dos minutos más tarde, más o menos, el propio en cuestión apareció dando grandes zancadas con una luz azul parpadeante en su oreja. Vino hacia mí (reconoció mi mesa por la anomalía de haber dos copas y una sola persona), estrechó mi mano, se sentó y tomó un sorbo murmurando un “salud”. Yo esperé a que la cosa azul parpadeante fuera retirada y recogida. Pero seguía allí.
El tipo empezó a hablar sobre su empresa y sus tercos socios, que le habían dicho que yo era lo suficientemente audaz como para entrar allí si él lo estimaba conveniente, y bla, bla, bla. Hablé después de su quinta frase.
“¿Podría quitarse la cosa azul parpadeante, por favor?”, le dije, “porque no va a estar atendiendo llamadas mientras estamos reunidos, espero, y francamente, es tan desconcertante que no puedo concentrarme en lo que usted me está diciendo.”
Se la quitó entre algo así como una sonrisa y una mueca.
Nunca trabajé para ellos.
Historia #2
Estaba asistiendo a un congreso de AECOC y me encontraba paseando por la recepción del hotel, cuando me encontré con un conocido de hace mucho tiempo. Yo le había ayudado en varios momentos de su carrera, nuestras parejas se conocían, y habíamos compartido cena en un par de ocasiones.
“¡José María!”, me dijo, “Necesito que me des tu opinión sobre un tema importante que me pasó ayer”.
“¡Por supuesto!”, le contesté.
“Me llamó mi director general y me hizo una petición bastante inusual. Él…” En ese momento, una llamada de teléfono le interrumpió.
“¡Perdona!”, me dijo sin esperar, y se giró ligeramente sobre su derecha
“¡Hombre, Manuel!”, exclamó. “Estaba esperando poder hablar contigo. ¿Podrías hacerme un breve resumen de tu reunión con el proveedor de la semana pasada?”
Él continuó escuchando. Yo seguí paseando.
Mi comentario sería que uses la tecnología para dominar tu destino, no para ejecutarlo, y mucho menos para arruinarlo.
¿Cómo podía la gente gestionar empresas adecuadamente antes de esta constante interrupción tecnológica? Bastante bien, hasta donde yo puedo apreciar, y ciertamente no peor que hoy.
Existe la falacia de que estar constantemente conectado demuestra control, calidad o liderazgo. Pero lo que realmente demuestra es fanatismo y la incapacidad de comprender cómo maximizar las verdaderas ventajas de la tecnología. Y la desventaja, por supuesto, es la pérdida de lo presente… o alejar a alguien que está frente a ti.
Una vez que coges el teléfono cuando estás hablando con alguien (asumiendo que tu hijo no ha decidido llevar a un par de amigos a vivir a casa, o que no estás esperando que te den cita para una operación de corazón), le estás diciendo a esa persona que tiene menos prioridad para ti que una llamada de teléfono desconocida ( o aún cuando sea de “alguien conocido”).
Verás la misma grosería cuando quien atiende en una tienda, o un empleado de banca, o un vendedor de entradas te hace esperar mientras coge un teléfono que suena.
Y si el recepcionista de un hotel hace eso mientras tenéis un asunto entre manos, es hora de encontrar un hotel mejor.
Si quieres controlar tu vida:
- Trata a las personas que tienes cerca con el valor que se merecen y no juegues con ellos en absoluto.
- No permitas que los móviles interrumpan tu día o tus viajes a no ser que estés esperando una llamada realmente importante.
- No trates asuntos personales o de negocios en público. Perderás respeto y eficacia.
- Deja de mirar al móvil, teclear con los pulgares o llevar auriculares mientras caminas. Y mucho menos aparezcas a una reunión enchufado a audífonos que no necesitas o con cables asomando por tus bolsillos.
- Entiende que la conexión constante y las actualizaciones frecuentes no son necesariamente mejores formas de gestionar o liderar, pero pueden gestionarte a ti hacia el camino equivocado.
Yo no me dejo impresionar por los inversores que se sienten obligados a dejar trozos de metal con luces parpadeantes en sus oídos, ni por “amigos” que se vuelven “sordos” de repente.
“La vida es eso que pasa mientras miras tu móvil” – @candidman
“Los móviles ayudan a estar conectados a los que están a distancia, y permiten a los que están cercanos mantenerse a distancia” – Zygmunt Bauman