Hasta hace unos años el poder de la gestión empresarial derivaba de dos fuentes: el control de las personas y el control de la información.
El profesional corporativo exitoso y de largo plazo intentaba maximizar el número de personas dentro de su alcance y, a partir de ahí, iba compartiendo con extremo cuidado la cantidad necesaria y suficiente de la valiosa información a su disposición como para permitir a sus equipos operar bajo la dirección del jefe. Habitualmente, el propio directivo ya había realizado los trabajos de sus subordinados antes de ser promovido.
Pero esta dinámica cambió radicalmente en el pasado reciente, gracias a la aceleración tecnológica y a la competición global. La información está disponible fácilmente y la gente ya ha sido reducida, reasignada, reajustada o simplemente despedida tanto para operar de manera más eficiente en costes como para compensar los enormes errores cometidos en “las oficinas”. Y las carreras a largo plazo ascendiendo impasiblemente por la jerarquía organizativa hasta la jubilación son ya situaciones extinguidas.
Y a pesar de todo, todavía muchos directivos y la mayoría de los managers están intentando tener éxito en este milenio aplicando habilidades de después de la II Guerra Mundial y creyendo y aplicando esas dinámicas desaparecidas que, además, ningún empleado acepta ya.
La clave para el éxito hoy está en elevar los talentos y habilidades de uno mismo y de sus equipos para conseguir sinergias y un mayor conjunto de resultados.
Por lo general, hay tres razones por las que los directivos y managers fallan a la hora de mejorar sus resultados o de cumplir con sus responsabilidades:
1. Ellos no saben qué es lo que no saben, y actúan en el marco de una “feliz” ignorancia.
2. No tienen el conjunto de habilidades necesarias para conseguir cambios, y no saben cómo adquirirlas.
3. Carecen del comportamiento y la disciplina para actuar.
Además, la velocidad de los cambios hace que este sea un camino sin fin en el que ninguno de nosotros dejaremos nunca de ser aprendices. Cuando consigues un cierto éxito, corres un peligro cierto de caer en la “trampa del éxito”… y tumbarte a mirar a las amapolas.
Necesitas encontrar cada vez mejores y mejores personas para usar como avatares, buscar nuevos formadores para ti mismo y emularlos.
A medida que subes la colina hacia capacidades cada vez más difíciles hay, naturalmente, cada vez menos profesionales sobresalientes, y aún menos de los que pueden entrenar a otros.