Suele ocurrir que, a medida que van surgiendo, las diferentes generaciones tienden a pensar que son los mejores de todos, y/o que han heredado un desastre completo de sus antecesores, y/o que, de alguna manera, son únicos.
Las generaciones anteriores, a medida que envejecen, tienden a tomar su propio sesgo colateral y hablan (hablamos) de “los buenos viejos tiempos” (hay toda una tendencia comercial alrededor de la nostalgia), al tiempo que se maravillan (nos maravillamos) de las comodidades modernas que desearían haber tenido en su propia juventud.
Por supuesto, todo esto no son más que puras vaguedades.
Personalmente, encuentro que poder reservar hora en la piscina desde el móvil, abrir la puerta de un garaje con un mando a distancia y tener reconocimiento facial para el tránsito de inmigración en los aeropuertos son magníficas “nuevas” ventajas. Soy escéptico cuando se pretende calificar a una generación como “la mejor”, pero me parece incomprensible que mis abuelos maternos hubieran sacado adelante 15 hijos sanos y bien educados en un entorno en el que sólo había patatas y un par de vacas.
Cuando preguntaba a mi padre sobre de dónde venía su gran afición a comer fruta (cumplió su sueño cuando tuvo un huerto con árboles frutales para poder coger las piezas de “su” árbol), me decía que la única forma de disfrutar de algo así de pequeño era saltando la tapia del potentado de su pueblo.
La verdad es que, tal y como yo lo veo, algunas cosas se descubren o son creadas y se utilizan maravillosamente, mientras que otras están subestimadas o, directamente, se han perdido. Nos beneficiamos de grandes avances en medicina, comunicaciones, accesibilidad, velocidad de entrega, entretenimiento y diversidad en nuestra cultura. La capacidad de acceso a la información para diagnosticar rápidamente la gravedad de un problema médico, o reservar online tus asientos en el cine, son avances significativos. Internet ha cambiado nuestras vidas, como también lo harán las energías alternativas, aún en desarrollo, o la Inteligencia Artificial, cuya gestión y consecuencias todavía son una incógnita.
Pero, ¿qué hemos perdido?
Hemos perdido la conversación en la mesa familiar, el seguimiento religioso (que, al margen de otras consideraciones, tradicionalmente han transmitido valores), el respeto y la calidad en las escuelas o la discusión constructiva. Hemos perdido constructores de consensos y, en cambio, hemos reforzado el sectarismo. Hemos perdido liderazgos morales para cambiarlos por “influencers”. La democratización de los viajes más baratos también está haciendo que las zonas rurales, los museos o los destinos turísticos se vean forzados a aumentar su precios o tasas, o a poner “numerus clausus” de acceso (el Partenón, Venecia, Louvre…)
En lugar de una obsesión acelerada por lo nuevo y único, quizás también deberíamos ser cuidadosos en preservar los elementos de la sociedad que han creado la comunidad, la tolerancia, la urbanidad, el perdón y la solidaridad.
Me encanta asistir a un concierto de rock con un sonido y una puesta en escena espectaculares. Pero también soy feliz con un paseo tranquilo por el monte entre las hayas.
No debería haber una “competencia generacional”; debería haber un “abrazo generacional”.
“Cada nueva generación nacida es una invasión de la civilización por pequeños bárbaros, que deben ser civilizados antes de que sea demasiado tarde.” – Thomas Sowell.
“Todo lo que tenemos es el conocimiento transmitido por nuestros mayores, experiencias que inculcamos y apenas negamos. Pero para cerrar la brecha de generación, uno necesita adaptarse a lo nuevo mientras conserva lo bueno de las anteriores.” – Sonali Bendre.
“Cada generación se imagina que es más inteligente que la que hubo antes, y más sabia que la que viene después.” – George Orwell.