Zoom (¿hay alguien que todavía use Skype?) se ha convertido en una gran alternativa para el trabajo remoto, reforzado por las demandas de la pandemia. Sigue siendo muy útil para las interacciones que las grandes distancias frustrarían y para las necesidades repentinas donde la planificación anticipada debe ser mínima.
Yo mismo he descubierto grandes ventajas de la videoconferencia en mi trabajo, haciendo reuniones previas para el perfilado de proyectos o realizando sesiones de Preguntas/Respuestas durante los mismos que facilitan una interacción rápida y efectiva sin incurrir en costes innecesarios para ambas partes.
Pero la pandemia ya está razonablemente controlada*, y ahora corremos el riesgo de lidiar con otra enfermedad endémica que ya depende exclusivamente de cada individuo. Para aquellos de nosotros que volvemos a reunirnos nuevamente en persona, las deficiencias subliminales de Zoom y similares se hacen bastante evidentes.
No puedes socializar o establecer contactos firmes sólo por Zoom. No puedes compartir una comida, un café, un toque amigable en el brazo o una palmada en la espalda. No puedes compartir un viaje en coche, o una caminata, o acariciar al perro de alguien.
La tridimensionalidad de las interacciones es vital para apreciar completamente a los demás. En persona no somos tan abruptos, groseros o condescendientes o críticos como lo somos, por ejemplo, en Twitter. No podríamos serlo, o se nos pediría que nos fuéramos o recibiríamos un sonoro tortazo en la cara.
Y no digamos cuando parece que no existimos o que algo que hacemos no es “real” hasta que lo compartimos en Instagram.
Es fascinante ver la reacción que tenemos cuando nos encontramos físicamente con personas que sólo conocíamos online. Les decimos: «Cristina, ¡eres mucho más alta de lo que pensaba!» o «¡Eres mayor de lo que imaginaba!». Son los comentarios que se hacen cuando sólo habías estado interactuando a través de una pantalla de cuatro pulgadas.
Compartimos más cuando estamos físicamente juntos, somos más solidarios y obtenemos una comprensión mucho más completa de nuestros colegas, conocidos y clientes (yo sigo cerrando proyectos después de un contacto físico, que siempre es definitivo). Y, por supuesto, estas reuniones hacen que las llamadas remotas posteriores sean mucho más personales y efectivas.
Si has visto fotos del Gran Cañón del Colorado, sabes qué aspecto tiene, pero realmente no puedes apreciarlo hasta que te hayas parado delante de él, sintiéndote como una hormiga.
Si deseas pasar tu vida entre cuatro paredes y una pantalla de ordenador, esa será tu vida y tus relaciones, pero ese no es un requisito: esa es tu elección.
Y si esa es tu elección, sufres algo mucho peor que la Covid.
La peor crueldad que se puede infligir a un ser humano es el aislamiento. —Sukarno
No funcionamos bien como seres humanos cuando estamos aislados. —Robert Zemeckis
* Escribo esto envuelto en el sudor frío típico de las infecciones víricas. Hasta hace un par de días yo era de los que decían “pues yo todavía no he cogido el maldito bicho…”.