Por José María Garrido

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¿Te gusta lo que hago? ¡Plantéate invitarme a un café! ☕️

Nuestro país siempre se ha reconocido por la calidad y la profesionalidad de los empleados de hostelería, una de las bases del turismo como primer aportador al PIB.

Para mí siempre fue un placer aprovechar los viajes a Madrid para desayunar un pincho de tortilla con un café (y a veces una porrita) en cualquiera de las cafeterías tradicionales de la capital. Una de las cosas que más impresionaban a un joven de provincias como yo era cómo te atendían aquellos camareros con su camisa blanca impoluta e incluso un lazo de pajarita. Atentos a la entrada del nuevo cliente, actuaban prestos, repasaban con un paño la zona de la barra que ocupabas y te servían lo pedido en un abrir y cerrar de ojos. Siempre discretos, con la palabra justa y entre apelativos de “señor” o “caballero”, te hacían sentir la persona más importante del mundo. ¡Sobre todo cuando articulaban una pequeña genuflexión con la cabeza!

La pasada semana, camino de Toledo, aproveché la conexión entre trenes para comer en las inmediaciones de la estación de Atocha (es una pena, pero mi observación es que ya no es posible comer un menú decente dentro de la estación). Encontré un local clásico, con una carta amplia donde elegir y unos precios razonables… dadas las circunstancias.

Los camareros vestían camisetas negras y vaqueros estratégicamente agujereados. Tres de ellos se movían de un lado a otro sin aparentemente hacer nada productivo y hablando animadamente con un fuerte acento latinoamericano. Después de ese tiempo de espera que se hace eterno, uno de ellos se percató de mi presencia y poco menos que me lanzó hacia una de las mesas libres. La carta apareció 15 minutos después… y la copa de crianza que pedí sabía a vinagre más que otra cosa: la botella la debían de haber abierto el mes pasado.

La pareja de turistas italianos de mediana edad que no entendían bien las especificidades de la carta recibieron escasa ayuda por quien les “atendía” que, eso sí, perpetró finalmente la comanda.

Mi padre siempre me decía aquello de que “Hijo mío, lo que hagas hazlo bien”. Pero en los últimos tiempos se me van acumulando demasiadas experiencias de que esa máxima se cumple cada vez menos, sea porque el fontanero te deja el tornillo medio suelto, el instalador de la lavadora no quiere saber nada de elevarla un poco para un ajuste perfecto, o porque el empleado de banca te deja colgado a mitad de tu reclamación telefónica.

Quizás sea el gran momento de los buenos profesionales de verdad.

O quizás es que yo me estoy haciendo mayor.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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