Por José María Garrido

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Se habla tanto de disrupción y turbulencia que parecen ser el nombre algún Jinete de la Apocalipsis. Nos agachamos, intentamos protegernos y escondernos. Estamos pensando: «Esto también pasará».

Pero no estamos viviendo las plagas bíblicas. Vamos a seguir conviviendo con la sequía como convivimos con los mosquitos, la inestabilidad energética o las facturas infladas de la televisión “a la carta”.

Lo denominado disruptivo en realidad no lo es. La historia está repleta de ejemplos de personas que han sugerido un camino diferente, otro enfoque o una nueva solución a un viejo problema. De hecho, cualquier enfoque innovador es, por definición, «disruptivo».

Necesitamos dejar de protegernos de estos términos y temer a sus implicaciones.

Amancio Ortega o Decathlon han revolucionado el mundo de la moda o de la ropa deportiva ofreciendo diseño y calidad a precios bajos. Sir Richard Branson (cuando probablemente era sólo un “viejo rico») revolucionó la industria de las aerolíneas cuando se enfrentó a British Air al proporcionar un medio más económico para volar el Atlántico en Virgin Air.

Henry Ford, Bill Gates, Ramón Areces, Steve Jobs, Billie Holiday, Juan Roig, Rafa Nadal, Rafael del Pino: todos “disruptores”; todas buenas empresas para trabajar en ellas.

La electrónica revolucionó la fotografía, pero si no generabas turbulencias, te dejaban a un lado. En cambio, Kodak seguía contratando químicos, no tecnólogos hasta el día en que comenzó a perder su posición de líder de la industria fotográfica mundial. Se habían agazapado.

Me recuerda a las empresas que envían un producto defectuoso y cuando la gente se queja, intentan apaciguarlos reemplazándolo por dos de los productos, también defectuosos.

En la mayoría de las organizaciones, las personas que progresan son aquellas que se preocupan por mantenerse fuera de las pantallas de radar. Buscan el conservadurismo y huyen del escándalo, el debate o la oposición. Terminan siendo promocionados mientras que los más audaces a su alrededor, que toman posiciones fuertes, son eliminados.

El tropismo es muy obvio: las personas que se convierten en directivos no están dispuestas a facilitar las cosas ni a aceptar inconformistas una vez que tienen un despacho en la esquina de la oficina. Refuerzan el sistema que promulga la mediocridad forzada como medio de progreso.

Sin embargo, las empresas más fuertes fomentan lo atípico y apoyan la contracorriente. Ésta ha sido la cultura mayoritaria en las tecnológicas, pero debe ser la filosofía operativa de todos los sectores.

Agita los mercados si quieres dominarlos.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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