Se trataba del hijo de un empresario cercano a la jubilación y, por tanto, con un enorme reto por delante al que enfrentarse en no más de seis meses.
A diferencia de su padre, el heredero tenía estudios universitarios, un MBA y estancias en el extranjero que le permitieron pulir su inglés. A pesar de que intentaba mantener un cierto tono distante, en el fondo se le notaba nervioso; supongo que era la primera conversación de este tipo que mantenía en su vida.
“Quiero realizar una sesión para definir la estrategia”, me dijo. “¿Por qué?”, le pregunté.
“Porque quiero que aquí se empiece a hablar de cosas importantes”, me contestó. A lo que de nuevo le pregunté, “¿por qué quieres eso?”
Empecé a notar su preocupación. “La verdad es que lo que me han enseñado en la universidad o en el máster no tiene nada que ver con la realidad que se vive día a día en esta empresa”, me confesó.
“Pero, realmente, ¿tú qué quieres conseguir de verdad?”, volví a preguntar.
“Quiero ser capaz de gestionar esta empresa, pero no vivir como mi padre. ¿Es eso posible?” “¡Por supuesto!”, le contesté de inmediato, y le añadí que el presidente de Coca Cola, con más de 20.000 empleados, seguro que vivía mucho mejor y más relajado que su padre.
“Ya me has dicho lo que quieres. Ahora, si me lo permites, vamos a dejar un poco al margen esa sesión para ‘establecer la estrategia’ y déjame platearte qué es lo que realmente necesitas”.
Me contrató y estuvimos trabajando juntos durante 2 años.