Por José María Garrido

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Siempre se ha dicho que “el saber no ocupa lugar”. Cierto.

Pero yo creo que el saber, en sí mismo, sirve para muy poco. El mundo está lleno de inútiles muy bien preparados, que ni actúan ni aplican.

Haciendo una simplificación que nos sirva en este momento, podemos decir que las capacidades de las personas son de tres tipos:

  1. Los conocimientos, esto es, lo que sé.
  2. Las habilidades, es decir, la capacidad para aplicar esos conocimientos.
  3. Las competencias, o sea, características del individuo que se demuestran a través de comportamientos relacionadas con un desempeño exitoso.

Suelo poner el ejemplo de que cuando un amigo me cuenta el truco de un juego de manos con una baraja, ya tengo el conocimiento. Si me pongo a hacer el juego inmediatamente, todo el mundo descubrirá el truco… porque no he practicado lo suficiente para adquirir la habilidad necesaria.

Y cuando mi amigo, mago de profesión, sale al escenario y hace el truco, además de que nadie se lo pilla, todo el mundo se ríe y se divierte con él, porque tiene muy desarrollada una competencia: la capacidad de comunicación. Si yo hiciera lo mismo en un escenario, nadie me pillaría el truco (soy hábil) pero todos se aburrirían soberanamente, porque no tengo la competencia de la que hace gala mi amigo.

Los conocimientos son relativamente fáciles de adquirir (se encuentran en una capa superficial de nuestra personalidad): yendo a una clase, atendiendo un webinar, leyendo un libro, viendo documentales, etc.

Las habilidades, más profundas en nuestro “yo interno”, son cuestión de práctica. A lo largo de mi vida he asistido a una docena de seminarios sobre Excel… y lo único que sé hacer realmente con ella es sumar y restar. Me transmitieron los conocimientos varias veces, pero nunca he practicado lo suficiente.

Las competencias (liderazgo, trabajo en equipo o comunicación) también son desarrollables, pero al encontrarse en capas todavía más profundas de la personalidad, además de conocimiento y práctica necesitan de supervisión y orientación externa (un experto) para poder avanzar y mejorar en su utilización.

Quiero pensar que los “sabios” de otras épocas se sentirían muy felices con toda su sapiencia, pero lo que sí está claro es que, hoy en día, no se trata (sólo) de “saber”, sino de actuar; no se trata (sólo) de “conocimiento”, sino de lo que eres capaz de hacer con él; no se trata “sólo” de aprender, sino de aplicar.

Y no digamos ya si hablamos del entorno laboral, en donde los RESULTADOS, y no tanto las actividades, “trabajar” (hacer las tareas) y mucho menos el simple conocimiento (saber), son la esencia del éxito en el más amplio sentido de la palabra.

Y, ¿qué hacen los departamentos de RRHH de las empresas como un ejemplo para justificar su existencia? ¡Preparar extensos (y poco ambiciosos) planes de “formación” y cursillos, a poder ser subvencionables (dejo para otro día el dispendio burocrático que supone el invento de Fundae). Punto. (¿A dónde ha ido a parar el dinero utilizado en mis incontables “cursillos de Excel”? ¡Al desagüe!).

A lo largo de mi vida profesional he asistido a centenares de acciones formativas de todo tipo y color. Y ya desde muy al principio empecé a darme cuenta de que, si sacaba un 20% de utilidad de cada una de ellas, podía darme con un canto en los dientes.

En un mundo tan competitivo e incierto como el actual, el desarrollo de los empleados es más importante que nunca (una empresa no es otra cosa que las personas que la conforman, con sus conocimientos, habilidades y competencias).

Son los empleados los que tienen la posibilidad de aportar valor a la empresa para que ésta se lo dé al cliente, que es la mejor forma de defenderse de la competencia.

Pero eso sólo se consigue si les permitimos y animamos a aplicar sus capacidades bajo la supervisión inicial de un orientador, tutor o mentor que les dé libertad para fallar y les retroalimente en base a sus resultados.

Esa, y no otra, debería ser la responsabilidad principal del jefe.

 

“Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.” – Albert Einstein.

“La humanidad está compuesta por dos tipos de personas: los sabios que saben que son tontos y los tontos que se creen sabios.” – Sócrates.

“Dime de qué presumes, y te diré de qué careces.” – Refranero popular.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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