Hace ya algunos años, durante una «jornada para padres» que solía celebrarse por la noche, cuando los profesores estaban disponibles y dispuestos a hacerlo, nos sentamos en el aula de cuarto curso en pequeñas sillas con las rodillas pegadas a nuestras barbillas.
Aquella profesora no debía tener más de 25 años.
En un momento determinado, ella nos dijo lo siguiente: «Aquí está mi trato. Si ustedes no creen lo que sus hijos les digan de mí, yo no creeré lo que ellos me digan de ustedes. ¿Hay acuerdo?»
Y todos levantamos las manos en señal de aprobación prácticamente unánime.
Cuando trabajo con un empresario le suelo decir a mi cliente que va a escuchar quejas de su gente a medida que se vaya desarrollando el proyecto. Eso es normal. Algunas personas se van a sentir amenazadas y otras simplemente son profesionales de causar problemas.
De la misma forma, le digo que yo escucharé de determinados empleados que todo es culpa del encargado, del jefe del encargado, o directamente del propio empresario.
Y le planteo el acuerdo de que no nos movamos por rumores o comentarios, sino por comportamientos, evidencias y hechos.
Habitualmente, cerramos el acuerdo.