Algún día, en algún lugar, allá por la época del Pleistoceno medio, después del último período glacial, un hombre estaba tratando de crear una zona más fuerte y afilada en la punta de su lanza de piedra.
Esto le serviría, por un lado, para poder cazar mejor y matar a los pecaríes que alimentaban a su clan y, por otro, protegerse más eficazmente de los terribles lobos… que se alimentaban de su clan.
Hacía esto de la única manera que sabía y que había aprendido observando a su padre: abrasando laboriosamente los lados de la punta en una roca más grande.
Pero ese día, precisamente ese día, ocurrió algo diferente: otro hombre se acercó. Un extraño, que bien podría estar buscando un entorno interesante, o que podría haberse exiliado de su propio clan o, quizás incluso, simplemente se había perdido.
Una vez observado el trabajo que el cazador realizaba en la punta de la lanza, el extraño le enseñó que la tarea debía realizarse sobre una roca más dura, no una más suave, y además le indicó cómo elegirla, porque no cualquier roca valía para conseguir un buen resultado.
Su método funcionó y el cazador consiguió una punta de lanza más fina más rápidamente. Éste mostró al extraño su agradecimiento, le dio comida y le ofreció un diente de león. Después, el extraño siguió su camino una vez más, bien alimentado y con un talismán.
Habían nacido los servicios de consultoría.