El despertador suena a las 3 de la mañana. Hay que levantarse temprano porque a las 4 hay que estar como un clavo.
El día en Mercamadrid comienza muchas horas antes de que amanezca. Mi intención de hoy es pasar el día con uno de los repartidores de nuestro producto, y así conocer de primera mano las particularidades de esta actividad.
Estamos en 1993. Hace unos pocos años que comenzamos con el proyecto de comercializar en España ensaladas y verduras frescas preparadas, listas para el consumo, lo que se conoce como IV Gama.
Mi empresa se llama Vega Mayor, y tenemos una fábrica con 50 operarios en Milagro (Navarra). Soy el Director de Control de Calidad desde 1990.
Nuestro producto tiene una caducidad de 7 días, y un elemento esencial de su calidad y seguridad es el mantenimiento de la cadena de frío por debajo de los 4ºC a lo largo de toda su vida útil.
Su salida de la fábrica se hace en camiones refrigerados que van a nuestras plataformas logísticas (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla). Las plataformas o delegaciones constan de oficina comercial y cámara refrigerada, en donde se descarga la mercancía durante la tarde-noche. A la mañana siguiente, muy temprano, una serie de transportistas de furgonetas pequeñas (los llamamos repartidores) son los encargados de llevar el producto a los diferentes clientes finales (hipermercados, supermercados, tiendas, restaurantes).
Además de entregar a cada cliente exactamente el producto que ha pedido (incluyendo la documentación que le acompaña) y dentro de sus horas estipuladas de recepción, todo ese trajín debe realizarse manteniendo las condiciones de temperatura necesarias para mantener la calidad y la seguridad de nuestras verduras.
Llego a nuestra delegación de Mercamadrid a las 4 menos diez. La actividad en los pabellones de frutas y verduras ya a estas horas es plena. En los distintos puestos, los carretilleros van moviendo los pallets de productos de manera ágil no exenta de una pericia en la conducción que casi da vértigo. Lechugas, naranjas, pepinos o tomates entran y salen de furgonetas y cámaras en un visto y no visto. Los puestos de venta se van montando con las cajas que son desflejadas y despaletizadas. Los que parecen ser los jefes mantienen en las manos albaranes, facturas y recibos, y de vez en cuando dan una orden aquí y allí a los que mueven las mercancías. Es como si esas personas nunca durmieran, pero al mismo tiempo se les ve totalmente despiertos, a pleno rendimiento, y lanzándose frases unos a otros en un entorno lleno de vida, en una actividad frenética.
Bien abrigado, entro en nuestra cámara. Las puertas se mantienen abiertas para facilitar la carga de los vehículos, por lo que los ventiladores del sistema de refrigeración están en pleno funcionamiento: rugen con fuerza, y el viento frío que generan haría volar toda la documentación que se maneja si ésta no se sujetara convenientemente.
Con la mejor sonrisa que me permite el madrugón, estrecho la mano e intercambio unas palabras con nuestros 5 repartidores, que parecería que ya llevan unas horas trabajando. Aunque hoy voy a realizar la ruta con Ramón, observo el trabajo de cada uno de ellos, al tiempo que doy una vuelta para cerciorarme del nivel de limpieza de la cámara, chequear el termómetro, comprobar que el termógrafo está en su sitio, observar la situación de los distintos pallets de producto o el color de las pegatinas que indican el día de fabricación. Con mi propio termómetro hago algunas mediciones de temperatura del producto por el método sandwich.
Ramón y cada uno de sus compañeros tienen asignada una ruta. Cada ruta incluye una serie de puntos de entrega, y se ha configurado en base a zonas de Madrid, horarios permitidos de descarga, volúmenes habituales de entrega y distancia a Mercamadrid. Con un producto de caducidad tan corta, lo habitual es que cada cliente sea visitado para entrega cada dos días (la ruta de lunes, miércoles y viernes, y la de martes, jueves y sábado), pero algunos de ellos son visitados diariamente debido a su alto nivel de ventas/consumo.
Cada repartidor lleva las hojas con los pedidos de cada cliente de su ruta de hoy. Tomando cajas desde los pallets que la tarde anterior dejó el camión de la fábrica, van configurando pequeñas agrupaciones de los diferentes productos en base a la secuencia de entregas: es lo que llamamos picking. 6 cajas de 4 Estaciones, 8 de escarola, 2 de zanahoria rallada… Iceberg 6 mm, ensalada Premium, acelga, espinaca… Sin dejar de mirar los papeles, van colocando el producto en sus respectivas furgonetas: al fondo, lo correspondiente a las últimas entregas del día, cerca de la puerta, lo que se entregue primero.
Uno de los requisitos del trabajo dice que la caja del vehículo debe ser pre-enfriada antes de colocar producto dentro, pero cuando las puertas estén abiertas para carga el equipo debe ser desconectado para evitar que el aire frío salga al exterior. Las furgonetas con frío independiente del motor simplemente lo conectan; aquellos que funcionan sólo cuando el motor está en marcha deben conectarse a la electricidad mediante una manguera, y así evitar tener el motor en marcha durante las operaciones de carga (ruido, contaminación… coste).
Veo que la furgoneta de Javi, que tiene las puertas cerradas porque todavía no ha iniciado la carga, no tiene el frío conectado, con lo que no está pre-enfriando la caja del vehículo, tal y como les indiqué en las sesiones de formación del año pasado. Cuando le pregunto el por qué me responde que “es que en este tiempo hace frío… y no es necesario”.
– “Pues yo creo, Javi, que hace calor”.
– “No, José Mari, ahora en abril todavía hace frío”.
Ante esta conversación de besugos le digo:
– “¿Y qué tal si, en lugar de dar nuestra opinión sobre qué es frío o calor para cada uno de nosotros, cogemos un termómetro y comprobamos qué temperatura hace hoy en esta parte de Madrid?”
El termómetro nos da 9ºC, con lo que ambos convenimos que, en términos de nuestro producto, 9 grados es “calor”, y que debe encender el equipo de frío del vehículo.
Subo con Ramón a su furgoneta cuando ha terminado la carga e iniciamos la marcha… eso sí, con la calefacción de la cabina puesta. Mientras salimos de Mercamadrid para adentrarnos por las calles del centro de la ciudad vamos charlando animadamente, del tiempo, del fútbol del pasado fin de semana, pero, sobre todo, de la empresa y del trabajo. Ramón me va diciendo cómo notan que cada vez se vende más, que las cosas “van bien”, con la idea de que yo le corrobore si pasa lo mismo en otras zonas de España.
Me habla de los clientes, de cómo conoce a cada uno de ellos personalmente: de qué pie cojean, cuáles son agradables, o cuáles siempre pretenden generar devoluciones. Quiénes son flexibles en las entregas, los que siempre te hacen esperar, o los que no meten el producto en su cámara de inmediato. Cuáles reclaman sin razón, y cuáles lo admiten todo. Los que siempre están de mal humor, los que venden bien, o los que “te tratan con poco respeto”. Ramón va haciéndome un perfil detallado de todos y cada uno de los clientes de su ruta, y yo entonces soy consciente de cuán importante es esa relación que mantiene con ellos: directa, personal y continua. Una posición estratégica para mantener la fidelidad del cliente.
Entre entrega y entrega, moviéndose con agilidad por las calles de Madrid, Ramón me pregunta por mi visión de la empresa, por las cosas que pasan en la fábrica, o por cómo se ve todo “desde Navarra”. Le cuento con franqueza las dificultades y los éxitos, los nuevos proyectos o las nuevas máquinas a incorporar. Ramón me dice que ama este trabajo, y que con Vega Mayor se siente bien. No es empleado de la empresa (ni lo pretende); como todos los repartidores, es un autónomo de dedicación exclusiva, propietario de su propia furgoneta y responsable de sus propias decisiones. Tiene ya el culo pelao con los años que lleva en ese oficio. Y sin embargo ve nuestro proyecto empresarial con ganas, con ilusión y con futuro, lo que le da confianza de haber encontrado por fin una empresa que le dé cierta estabilidad.
El repartidor refrigerado punto a punto: una posición estratégica para mantener la fidelidad del cliente
Muestra interés por lo que le cuento, que se pone de manifiesto por la cantidad de preguntas que me hace. Aprovecho para reforzar algunas indicaciones en relación al manejo del producto, y le explico las razones que justifican ese tipo de comportamientos. También me cuenta dudas que le plantean los clientes, y sobre todo quiere saber las razones de los problemas de calidad de cada producto. Porque los conoce todos, y calibra muy bien el comportamiento diferente entre la lechuga, la cebolla o la zanahoria en la bolsa. En los 3 años que lleva trabajando para Vega Mayor…¡se ha convertido en un auténtico experto en IV Gama!
Hacer un rato que ha amanecido. Las entregas se suceden, rápidas en la mayoría de los casos. Hay que moverse, porque los horarios deben cumplirse, y hay que procurar que todo el género esté entregado para poder llegar de vuelta a Mercamadrid antes de las 3 de la tarde.
Sobre las 10 llegamos a la cola de la recepción de un gran hipermercado. Es uno de los puntos críticos de la ruta de hoy. Otras furgonetas de entrega van delante de nosotros, y se mueven lentamente hasta alcanzar la recepción propiamente dicha. En torno a las 10:45, después de llevar tres cuartos de hora esperando, llega nuestro turno. Pero, en ese momento, la puerta de la recepción se cierra.
– “¡¡Maldita sea -esto que transcribo es un eufemismo, porque las palabras de Ramón son bastante más “fuertes”-, otra vez!!”, dice Ramón con enfado manifiesto.
– “¿Qué ocurre, Ramón?”
– “¡¡Que es la hora del almuerzo de los recepcionistas, y vamos a tener que esperar otros 20 minutos más!!” me dice con indignación más que justificada…
Acelerando pero con precaución, realizamos el resto de las entregas y a las 14:50 estamos de vuelta en Mercamadrid. Somos los últimos en llegar ese día
Ramón entrega la documentación al administrativo, y departe sobre la jornada con el resto de repartidores y administrativos, mientras yo leo los termógrafos de cada furgoneta. Compruebo que, a pesar de las continuas aperturas y cierre de puertas para realizar las entregas, los perfiles de temperaturas son más o menos correctos, por lo que podemos tener la confianza de que la cadena de frío, ese día, tampoco se ha roto en la zona de Madrid.
Mañana será… otra madrugada.
El transportista agroalimentario
Siempre he tenido la sensación de que son personas en cierto modo solitarias, aisladas, pasando horas y horas de su vida en el interior de las cabinas de los vehículos. Por eso, cuando llegan a destino disfrutan con la conversación y la cháchara: la necesidad de socialización del ser humano.
Los autónomos tomaron la decisión de invertir en su vehículo, bien un trailer de 24 pallets para los trayectos de larga distancia, bien en pequeñas furgonetas de cajas amplias para los repartos cortos, y convertirse así en dueños de su propio futuro profesional, de convertirse en empresarios.
Gente dura, o endurecida por la vida, serios, nobles, fuertes, responsables en el trabajo, y con un punto de ingenuidad que hace que se les quieras todavía más.
Si están en el transporte agroalimentario a temperatura controlada (en refrigerado o congelado), con una responsabilidad añadida en cuanto al mantenimiento de la cadena de frío: en la carga, durante el trayecto, en la descarga, durante las paradas para cenar, o para tomar un café.
Profesionales de tomo y lomo, a veces con el brillo de la ilusión en los ojos, y otras con el rictus de la desconfianza o la incertidumbre en el rostro. El coste de las reparaciones, el precio del gasoil, los bloqueos de las carreteras, los horarios de cargas y descargas, la lectura del tacófrafo, o la parada y ducha en cualquier estación de servicio de cualquier autopista.
Un eslabón esencial de la cadena agroalimentaria.
Si es verdad que alguna vez los vehículos van a ir solos, este sector va a perder mucha humanidad.