Durante nuestra estancia en Miwaukee (Wisconsin) en agosto pasado, me arriesgué y compré un libro para poder leer en las apacibles tardes junto al lago Michigan.
Se titulaba When Pride Still Mattered (“Cuando el orgullo aún importaba”) y es la biografía de Vince Lombardi, el entrenador al que se le atribuye haber llevado a los Green Bay Packers (equipo de fútbol americano) a la inmortalidad al haber conquistado las dos primeras Super Bowls de la historia, en los albores de los años 60. De hecho, una semana antes de su muerte (1970), la NFL nombró al trofeo del campeón del Super Bowl «Trofeo Vince Lombardi» en su honor.
A él se le atribuye la frase: «Ganar no lo es todo. Es lo único.»
Lombardi, siempre citado como uno de los más grandes entrenadores de fútbol americano, me parece un personaje deprimente. Su devoción absoluta por el juego efectivamente circunscribió el resto de su vida. Sus relaciones con su mujer, hijos y amigos eran claramente disfuncionales. De hecho, parece que no era un hombre muy interesante para estar a su lado, a menos que te empeñaras en idear jugadas o en hablar de selecciones del draft.
Lombardi era un fanático “de libro”.
Mi diseñadora de imagen corporativa decía que un fanático está «reventado de celo; un extremista». Hay una vieja frase que dice: «No hay mayor fanático que el converso», lo que significa que aquellos que llegan tarde a una causa (¿los exfumadores, p.e.?) a menudo la toman con un fervor que los creadores ni pretendieron ni adoptaron.
El extremismo siempre es peligroso. (María Zambrano dijo que “Todo extremismo destruye lo que afirma.”) La pasión es a menudo hermosa, pero es más gratificante cuando se atempera con perspectiva y respeto por los puntos de vista de los demás. Incluso los sentimientos profundamente religiosos son universalmente respetados, pero el proselitismo no lo es.
Peor aún, el fanatismo reemplaza la razón pragmática con la emoción exacerbada. Es legendaria la situación que se vivió con Elián González, el niño cubano que en 1999 fue sacado ilegalmente de Cuba por su madre con el propósito de emigrar a los Estados Unidos. Salvado del mar, fue literalmente “ahogado” en un torbellino político y víctima del fanatismo por todos lados, como manifestación de la relevancia de los medios de comunicación. Un frenesí de los medios por el destino de un solo niño, realmente fascinante cuando se lo compara con los niños maltratados, hambrientos y enfermos de todo el mundo, por ejemplo, a quienes no se les suele dar ni un momento de reflexión.
En España también hemos tenido ejemplos similares, pero prefiero pasar de puntillas por ellos.
En ese continuo invisible pero omnipresente de nuestros comportamientos, necesitamos celo, pero no fanatismo; vigor, pero no obstinación; asertividad, pero no beligerancia. Nuestro «timón» moral (principios y valores) tiene que guiarnos hacia aquellos comportamientos que nos permitan interactuar mejor con nuestros seres queridos, nuestros conocidos y nuestro entorno.
Sacrificar o moderar nuestros objetivos momentáneos es un acto de altruismo, un gesto de buena voluntad, un esfuerzo de tolerancia. Sostenernos pase lo que pase, sin importar el daño que hagamos a los demás, porque estamos cercados por nuestras creencias y comprometidos en exclusiva con nuestra propia causa «verdadera», es el colmo del ensimismamiento, la mojigatería y el narcisismo.
El tal Lombardi no fue un gran entrenador. Fue un entrenador que ganó. La vida no va de ganar; va de éxito. Y hay una diferencia esencial: puedes ganar por ti mismo, pero sólo puedes tener éxito a través de otros.
Nota: hoy hablamos de fanatismo, pero en este blog no hablamos de política.
“Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.” – Winston Churchill.
“Cualquiera con fanatismo, poder e impunidad puede transformarse en una bestia.” – Isabel Allende.
“El fanatismo es la mezcla altamente explosiva de extremismo e imaginación.” – Herbert von Karajan.