Por José María Garrido

0 Comentarios


¿Te gusta lo que hago? ¡Plantéate invitarme a un café! ☕️

Hice mi primer viaje a París a finales de 1990, justo un mes después de mi incorporación a Vega Mayor, para asistir al SIAL, una de las ferias alimentarias más importantes de Europa. Dos compañeros más y yo nos metimos en un coche conduciendo hasta las afueras de París, donde encontramos una única habitación en un IBIS. Dos de nosotros utilizamos la “cama grande” (de 1,20 metros de ancha), mientras que el tercero se acomodó en el sofá. Fue un consuelo cuando ambos me dijeron que el año anterior (el primero de actividad de la empresa) habían dormido en el coche antes de visitarse toda la feria y volver de nuevo hasta Pamplona.

Algunos de vosotros ya sabéis lo que es manejarse sin GPS y con un plano de papel, así que comprenderéis la “relativa” angustia que sentí cuando, un par de años después, tuve que ir por segunda vez a la capital de Francia para asistir a una reunión, esta vez conduciendo solo y sin hablar ni una palabra de francés. Estando bastante perdido a las afueras de la ciudad y sin poder entender bien los letreros de las calles, le pregunté por mi hotel a un motorista que paró a mi lado. Probé en inglés, el probó en francés, después sacudió la cabeza y me hizo indicaciones para que le siguiera. A los 30 minutos yo estaba en la recepción de mi (barato) hotel mientras el motorista, según el recepcionista, se había desviado bastante de su ruta inicial. No se trataba de mi Ángel de la Guarda: fue simple amabilidad.

Nunca he olvidado esa maravillosa generosidad y he intentado emularla siempre que he podido, no importa cuán imperfectamente lo haya hecho.

En una ocasión estando en Valencia, estaba haciendo una llamada desde una cabina pública con una tarjeta de Telefónica (no siempre ha habido móviles). Una pareja joven que hablaba español con acento latinoamericano se acercó y, mostrándome una moneda de 5 pesetas (o sea, un duro), me preguntó si con ese dinero podía hacer una llamada a un hermano en Madrid. Terminé mi llamada, usé mi tarjeta para llamar a su número y cuando su hermano respondió le di el auricular al muchacho. Le dijo a su joven acompañante: “¡Españoles! ¿Puedes superar eso? ¡Son nuestros hermanos!”

Años después, en un viaje de vacaciones en coche recorriendo la isla de Cuba, cogimos a un chaval que iba caminando por una carretera solitaria del interior. Al preguntarle el motivo de su caminata nos dijo que se dirigía a un pueblo a… ¡20 kilómetros! porque había conseguido ahorrar lo suficiente para el segundo bote de pintura para su bicicleta. La estaba reparando (por eso iba andando) y pintando para poder pasear a su novia. Y aquel pueblo distante era el único lugar donde se podía comprar pintura. Al preguntarle por el color, nos respondió con orgullo “¡Amarilla!”. Lo llevamos hasta la tienda, pagó su bote de pintura y nosotros le compramos los otros dos más (¿algo así como 10 euros?) que necesitaba para completar el trabajo.

Sé que no siempre soy consciente de estas oportunidades reales de ayudar, pero al menos lo intento. Si todos lo hiciéramos, probablemente el mundo sería un lugar un poco mejor.

Pero, ¿sabes?, si dejas a alguien incorporarse a tu carril en una situación de tráfico denso y te enfadas porque el otro no te lo agradece, lo estás haciendo por razones equivocadas.

 

“Hacer buenas obras es la tarea más gloriosa del hombre.” —Sófocles.

“La inmortalidad es vivir tu vida haciendo cosas buenas y dejar tu huella detrás.” —Brandon Lee.

“El talento te lo da Dios, pero debes respetarlo haciendo un buen trabajo.” —Johnny Lever.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}
>