De pequeño quería ser biólogo… y tocar la batería. Mi tío-cura (el que me puso su mismo nombre), y largas sesiones de interpretación, golpeando con unos bolígrafos sobre la mesa en la tienda de mi padre (¡qué buenos Los Pekenikes!), conformaron esa identidad en mí.
Después de muchos años estudiando (¡muchas gracias, padres!) tuve una entrevista de trabajo (la única que he afrontado en mi vida) que resultó ser bastante light: sentados en una terraza, después de comer, en las Fiestas del pueblo (Marcilla-Agosto 1990). “Tenemos dos problemas”, me dijo JJM (sólo usaré sus siglas; siempre ha sido un hombre muy discreto). “Las lechugas se nos oxidan… y duran poco”.
24 años después de aquella conversación, las lechugas se siguen oxidando (aunque en proporciones infinitamente menores que entonces)… y duran menos de lo que algunos quisieran. Así que no sé si sentirme realizado, o decepcionado conmigo mismo 😉 .
Y así fue como, con el pomposo nombre de Director de Control de Calidad (¡sólo me dirigía a mí mismo!), me uní a aquel grupo de no más de 20 personas en el incipiente proyecto llamado Vega Mayor.
Cuando no habían pasado ni un par de meses, mi madre me pidió que le llevara algún ejemplo de “ese producto tan raro que hacéis en esa fábrica”.
Al ver aquella bolsa de plástico con unas acelgas troceadas y lavadas en su interior, se puso a observarla con sorpresa, extrañeza, y yo creo que un poco de decepción. “Hijo mío, con esto no te vas a ganar la vida”, me dijo.
Afortunadamente… ¡esa vez mi madre se equivocó!
JJM, que a la postre se convertiría en mi auténtico mentor, un hombre inquieto y con un profundo espíritu emprendedor, después de unas cuantas visitas a los lineales europeos había convencido a unos cuantos amigos para que le apoyaran. Se había propuesto, hacía solo un par de años antes, liderar un proyecto que entonces tenía mucho de ciencia ficción: Que en este país se vendieran lechugas troceadas en bolsas de plástico, o sea, ensaladas listas para consumir o, lo que nosotros mismos decidimos traducir del francés, productos de IV Gama.
Sentado en una caja de plástico, empecé a abrir mis primeras lechugas.
Mi primer laboratorio (“…un Control de Calidad necesita laboratorio…”); mis primeros termógrafos, que leía en un PC desempolvado que encontré de entre los cacharros del almacén, para controlar una cadena de frío absolutamente precaria; el encontronazo con una nueva forma de entender eso de la Calidad que se llamaba la ISO 9000 (¡certificamos en 1995; la empresa alimentaria número 27 de España, según AENOR!).
Decenas de seminarios, cursos, libros (“Lees muchos libros de japoneses…”, me dijo un buen amigo), interacciones con clientes y proveedores, reuniones estratégicas que tenían lugar en el coche, yendo de Pamplona a Milagro… y la toma de conciencia de la importancia del compromiso de las Personas (los compañeros, los managers, los operarios) en aquello que se empezaba a llamar la búsqueda de la Excelencia, o sea, que el proyecto tuviera éxito.
Conseguimos cargar nuestro primer tráiler completo (24 pallets) para Madrid. Sentíamos el agobio de los acontecimientos del día a día (“Nos han renovado el crédito: ¡podemos pagar las nóminas!”) y la dulzura de la consecución de grandes hitos: “McDonald’s ya es cliente nuestro”; “El Corte Inglés nos acepta como proveedores”; “¡Vamos a suministrar a la Villa Olímpica de Barcelona 92 y a la Expo de Sevilla!”.
Ampliaciones de capital, reclamaciones, problemas con la legislación microbiológica; la lenta incorporación de sistemas de frío más fiables en los puntos de venta, clientes que ya empezaban a aceptar las devoluciones a su cargo y que, incluso, empezaban a ver este producto como un posible negocio y una fuente real rentabilidad.
“Los alimentos refrigerados… ¡al poder!”
“El frigorífico es el almacén que más veces se abre en un hogar. ¡El futuro son los alimentos refrigerados!”. Y entramos en una frenética carrera de innovación y nuevos productos, tanto internos (a través de la marca Mizanor) como de otras empresas. Pasta fresca y paella; zumos y gazpachos, salmón y otros ahumados, cuajadas y postres lácteos. Empanadas, quiches, platos preparados, ensaladillas, sopas y purés… Desarrollo de lo que algunos denominaban con poca precisión V Gama.
“La calidad gastronómica de los alimentos refrigerados ¡al poder!”.
Tuvimos el arrojo y el acierto de tomar decisiones estratégicas importantísimas. Por ejemplo, la conformación de nuestra red logística refrigerada propia (trabajando con autónomos de dedicación exclusiva), esencial ante una realidad que imposibilitaba mover unos productos de fecha de caducidad tan corta (8 días) y con una exigencia máxima de calidad de cadena de frío; fue lo que se llamó Refrigerados Vega y, posteriormente, Ribalagua S.L.
O la decisión de crear nuestra propia empresa de cultivos: Hortovega, que con el tiempo se llamó Pentaflor S.L. (la actual Florette Agrícola). Esto nos daba el control completo de la Cadena de Valor y, desde el punto de vista técnico, la posibilidad de adquirir el conocimiento y gestionar todos los elementos que afectan a la calidad y seguridad de los productos, además de sus costes y del nivel de servicio a los clientes.
Conseguimos la confianza de nuestros stakeholders
Conseguimos la confianza de los banqueros, de accionistas y nuevos inversores, de los proveedores, de los clientes… y de los consumidores. En España se empezaron a vender muchas, muchas bolsas de ensaladas. Los consumidores ya no se confundían diciendo: “¿Será congelado? ¿Estarán realmente lavadas?”.
En los seminarios a los que yo acudía, los otros asistentes ya empezaban a saber qué era eso a lo que yo me dedicaba: “¡Ah, sí!, esas bolsas de ensalada que a veces comemos en casa”.
Conseguimos construir el mercado y la categoría; los clientes cuidaban adecuadamente de nuestro producto, y el término IV Gama se hizo perfectamente conocido y reconocido en todo el sector.
Suministrando a todas las cadenas de distribución más importantes; siendo proveedores de las más importantes compañías de Food Service del país. En poco más de 10 años (2001), entrábamos a formar parte del Grupo Florette como líderes indiscutibles del mercado ibérico, y los accionistas obtuvieron un adecuado retorno de su inversión.
¡Habíamos alcanzado nuestra Visión!
Lo que vino después se llamó Florette Ibérica, pero eso ya es otra historia.
Sí, afortunadamente, mi madre se había equivocado…