Fue en 2018 cuando decidí crear las historias de Luis y Micaela.
Y lo hice porque representan dos arquetipos que se repinten constantemente en nuestras Pymes agroalimentarias.
Una y otra vez. Una y otra vez.
Ponen de manifiesto una realidad que estoy seguro de que tú mismo/a también vas a reconocer, aunque con las especificidades propias de cada organización y los matices lógicos de cada situación, desde luego.
Pero puedo decirte que hasta yo mismo fui una vez una especie de Micaela y estuve al lado de un Luis, hace ya algún tiempo, eso sí.
Por eso reconozco muy bien las situaciones que te voy a contar, y empatizo mucho con ambos.
En realidad, como vamos a ver suponen dos caras de una misma moneda que, aún estando muy cercanos uno al otro, curiosamente viven historias paralelas, si bien están destinados a converger, a entenderse y a apoyarse para conseguir sus sueños.
Si quieren resolver sus problemas, los miles de Luises y Micaelas que hay en nuestras Pymes agroalimentarias están condenados a comunicarse y a entenderse.
Pero no quiero anticiparme. Lo mejor es que entremos ya en sus respectivas historias.
Conoce a Luis (arquetipo #1)
Érase una vez…
… un empresario agroalimentario llamado Luis Villanueva.
Luis era un hombre de carácter fuerte y personalidad sólida; un viejo zorro dotado del instinto y la inteligencia natural que emana de una profunda tradición unida a lo rural.
Con la experiencia de muchos años de trabajo duro y de progresión en un mundo tan competitivo como el del sector agroalimentario, había puesto en marcha y hecho crecer su empresa con solvencia, introduciéndose en mercados donde se hablan idiomas que nunca tuvo la intención de aprender.
Al hablar con Luis siempre notabas esa mirada penetrante, que parecía escudriñar en tu interior para averiguar de qué pasta estás hecho, y siempre utilizando su fino razonamiento y un sentido común que te desarmaba si no mantenías tu guardia bien alerta.
Con él no valían las medias tintas. Mediante preguntas directas en unos casos, o con manifestaciones enrevesadas en otros, era capaz de poner al descubierto todo lo que realmente tenías dentro, y era capaz de captar con habilidad si quien tenía enfrente era una persona con la capacidad suficiente para aportarles valor y solucionar sus problemas de verdad, o si simplemente eras un vendedor de humo.
Luis era pura Universidad de la Vida, vaya.
La empresa de Luis había crecido mucho en los últimos años. Tenían un buen producto, las ventas iban bien, y los clientes cada vez le pedían más.
Como empresario de raza hecho a sí mismo, su sueño era poder dejar una empresa sólida y con futuro a su hijo, quien sí había estudiado una carrera y un máster en Dirección, hablaba muy bien inglés gracias a un Erasmus, y en aquel momento trabajaba en la empresa aprendiendo el negocio como responsable Comercial.
Era el heredero natural llamado a liderar la organización, aunque inmediatamente te decía: “Quiero ser capaz de gestionar esta empresa… pero no vivir como mi padre”.
Porque Luis tenía un problema...
En aquel mundo tan cambiante, competitivo y globalizado, con frecuencia Luis tenía la incertidumbre de si la forma que utilizaba para gestionar su empresa era la más adecuada.
Los clientes, a pesar de estar satisfechos con su producto, cada vez eran más exigentes, y se enfrentaba a una necesidad de crecimiento que no sabía cómo abordar de forma ordenada y controlada.
Llevaba sobre sus espaldas el peso de asegurar aquel proyecto empresarial que tanto amaba, pero a veces dudaba de si sería capaz de hacerlo.
Dirigía la empresa por instinto, o basándose en lo que aprendió de sus antecesores, pero no tenía un modelo fiable a seguir.
Le faltaban referencias, y estaba dispuesto a dar lo que fuera por saber, de verdad, cómo se gestionaban aquellas empresas que tanto admiraba; no sabía muy bien qué significa jugar en el terreno empresarial como un profesional.
Era consciente de que el método tradicional, a base de meter todas las horas del mundo, ya no servía, y quería vivir de una forma diferente a lo que había conocido hasta entonces.
Luis se sentía solo ante la responsabilidad de desarrollar su organización.
Tenía muchos proyectos en mente, pero desconocía la fórmula para afrontarlos sin hacerlo directamente él mismo. Estaba cansado de tener que estar pendiente de todo para que las cosas se resolvieran como a él le gustaba.
Aunque su gente era leal y trabajadora, le faltaba un equipo cercano y con visión de futuro con el que realmente sentirse acompañado, y que le permitiera descansar mejor por las noches.
Porque mandaban, pero no lideraban. Llevaban sus asuntos, pero lo hacían de manera individual e intuitiva, sin herramientas profesionales, y sin un auténtico espíritu de equipo. Y, como consecuencia, el ambiente que se respiraba en la plantilla era incierto.
A pesar de que las cosas seguían hacia delante, Luis sentía inseguridad y desorientación con frecuencia, y necesitaba reforzar su autoconfianza. Pero la soledad y la falta de referencias se lo impedían.
Sabía que, de seguir así, su vida no iba a mejorar… e incluso temía que el futuro de su negocio estuviera en riesgo.
Cuando le preguntabas directamente, Luis te respondía:
“Quiero crecer, pero sin volverme loco.”
La cosa, pues, estaba clara.
Luis necesitaba, por encima de todo…
Un nuevo modelo de gestión para su empresa que le permitiera un crecimiento sostenible
Quería ser capaz de gestionar eficazmente una gran empresa agroalimentaria.
Quería mejorar su calidad de vida y disfrutar de su familia.
Porque su familia, su hijo… y su gente, se merecían sentirse orgullosos de una empresa ejemplar.
Pero el CAOS CREATIVO que imperaba en su empresa se interponía entre Luis y su sueño.
El CAOS CREATIVO era el villano de su historia.
Aquí tienes a Micaela (arquetipo #2)
Érase una vez…
… una joven profesional agroalimentaria llamada Micaela: una profesional muy vocacional.
Para ella el mundo de la alimentación humana, de los productos alimenticios, y el sector agroalimentario en su conjunto, tenía tanta historia, tanta repercusión en el ser humano, tanta trascendencia, tantas implicaciones, y tantas caras a las que mirar que era una de esas personas atrapadas por la pasión por su profesión.
Por eso desde muy jovencita lo tuvo claro, y decidió estudiar aquella carrera que, finalmente, derivara en un trabajo en la industria agroalimentaria.
La terminó con buena nota, mejoró su inglés (“sin inglés no se va a ninguna parte hoy en día”, le decían) e incluso hizo algún máster para mejorar su curriculum.
Todo ello con gran esfuerzo por su parte... y por la de sus padres.
Y consiguió su ansiado primer trabajo.
¡Por fin!
Al contratarla le dijeron «que la seguridad alimentaria era “muy importante”, y que los clientes “exigían” contar con el certificado IFS»…
Así que, desde entonces, se entregó a la tarea con toda la ilusión del mundo, dando lo mejor de sí misma, siempre con aquella actitud positiva que le caracterizaba.
Trabajo intenso durante varios meses, nervios previos a la auditoría, tensión durante la visita del auditor, varias no conformidades que solucionar, el compromiso de la mejora continua, y… ¡por fin llegó el ansiado certificado!
Lo colocaron enmarcado en la recepción de las oficinas, y ahí ya el subidón y la alegría fue máxima.
Pero pronto, demasiado pronto… las cosas empezaron a cambiar.
Pasada la primera y después la segunda renovación del certificado, empezó a notar que todo aquello se iba como diluyendo, que cada vez se prestaba menos atención a las cosas que ella decía.
Que la gente le iba haciendo menos caso…
Creía que su labor como responsable de Seguridad Alimentaria era muy importante, pero parecía que era la única que se daba cuenta.
Y fue sintiendo como si, poco a poco, su trabajo fuera perdiendo relevancia.
Se sentía totalmente desconcertada y desanimada.
“La seguridad alimentaria es la base de una empresa de producción de alimentos”, pensaba, pero parecía como si nadie más lo creyera en aquella empresa.
Aunque cuando miraba a su alrededor con un cierto grado de autocrítica, ella misma se daba cuenta de que su trabajo, comparado con los de Compras, Producción o Ventas, era ciertamente menos relevante. Al menos en la consideración del empresario para el que trabajaba… que se llamaba Luis Villanueva... y que tenía muchos, muchos problemas.
La decepción y la desmotivación se le apoderaron, y Micaela empezó a encerrarse en su mundo.
¡Su trabajo le gustaba demasiado como para pensar en hacer cosas tan distintas!
Micaela siempre había soñado con tener éxito y reconocimiento dentro del sector agroalimentario.
Temía que aquella desilusión y aquella desmotivación se apoderara definitivamente de ella, y sentía incertidumbre sobre su futuro.
Amaba este sector. Había trabajado duro y se había esforzado mucho como para quedarse siempre así.
Y creía que su familia y ella misma se merecían sentirse orgullosos.
“No sé qué hacer para ser influyente e importante dentro de una empresa agroalimentaria.”
Micaela habló de su situación en casa.
Después de sincerarse sobre todo lo que le estaba pasando, sus padres le recomendaron que hablara con un buen amigo llamado José.
José había empezado como ella, siendo responsable de Calidad en una empresa muy pequeña, y que años después terminó siendo muy importante… tanto la empresa, como el propio José.
“Seguro que él te dará buenos consejos e indicaciones”, le dijeron.
Micaela llamó a José, y quedaron para tomar un café.
Un guía para Micaela
- “Todos estamos de acuerdo en que la inocuidad del producto no es negociable en una empresa agroalimentaria. Es algo que debe conseguirse, que se da por supuesto, y cualquier empresario hoy en día lo tiene claro”, le empezó diciendo José.
- “Pero la seguridad alimentaria – continuó – tiene un doble problema para ti como profesional:”
- “En primer lugar, no es medible de una forma claramente objetiva. Sí, ya sé que - hay muchas analíticas, valoraciones y datos posibles, y que deben seguir estando ahí, por supuesto. Pero todos sabemos que determinar un nivel suficiente en esta materia no es posible, que se puede seguir aumentando la inversión y el gasto hasta el infinito, sin que ello venga avalado por resultados que lo justifiquen. El propio concepto de diligencia debida, tan utilizado en los países anglosajones, así lo demuestra: tú (la empresa) decides hasta dónde llegas, y te atienes a las consecuencias. Y ya sabemos cómo va esto de las consecuencias en términos de inocuidad alimentaria: puede que nunca pase nada haciendo las cosas regular, o podemos tener un disgusto haciendo las cosas muy bien; todo es cuestión de probabilidades que, por cierto, tampoco podemos cuantificar. Por eso, lo habitual es colocar la línea de “suficiente” en el mantenimiento del certificado correspondiente.”
- “En segundo lugar, y esto es lo más importante – le recalcó José –no aporta ventajas competitivas a la estrategia del negocio. Sí, es imprescindible, no es negociable, y por eso todo el mundo lo aplica ya. Pero tener mayor o menor nivel de seguridad no aporta ventaja competitiva a la empresa, no la hace más elegible por el cliente o el consumidor. Si no la gestionas, simplemente no te compran y no sobrevives; pero si la tienes, no aporta diferencias.”
Micaela asentía: empezaba a darse cuenta de la realidad.
- “¡Esto es lo que hay! Si tu trabajo se centra en exclusiva a gestionar la seguridad alimentaria de tu empresa estás haciendo algo imprescindible (por eso tienes trabajo), pero:
* haces algo que no es medible, ni su incremento o decremento son claramente justificables: se basan en la fe; y
* tu trabajo no sirve para mejorar la competitividad de tu empresa, cosa que, hoy en día más que nunca, es clave.”
- “Porque, además,– continuó José ante la atenta mirada de Micaela –
* ¿qué valor diferencial aportas tú frente a otros profesionales que pueden hacer ese mismo trabajo?
* ¿Cómo puedes defender que tú eres la valiosa, cuando hay muchos colegas tuyos capaces de obtener certificados IFS? (Y no me digas que tú sabes mucho de tu producto, porque eso se aprende en 6 meses).”
- “Como responsable de seguridad alimentaria en exclusiva, simplemente cumples cuando certificas y renuevas el certificado, pero debes reconocer que, limitado a ello, tu trabajo es prácticamente irrelevante.”
- “Y entonces– preguntó Micaela –¿qué puedo hacer? ¡Este trabajo me gusta mucho!”.
José le respondió:“¡Tienes que salir de la burbuja en la que estás metida, y empezar a ver la situación desde una perspectiva mucho más amplia! No limitarte sólo a la seguridad alimentaria.”
- "¡Esa burbuja es tu auténtico enemigo!"
Y continuó con su explicación.
- “Mira Micaela, estoy completamente seguro (porque siempre es así) de que tu empresa y tu Gerente tienen muchas carencias, muchas necesidades, muchos problemas que resolver. Y tampoco sois tantos en la empresa con una cierta cualificación y capacidad como para que no haya posibilidades serias de que tu aportación de valor aumente.”
- “¿Has hecho un análisis serio– volvió a preguntar José – de tus conocimientos, capacidades y habilidades?”.
- “La verdad es que no”, respondió temerosamente Micaela.
- “Déjame ayudarte a pensar un poco. ¡El Autoconocimiento es esencial!”, le dijo José sonriendo.
- "Vamos a ver si cumples con las siguientes características", continuó.
- “¡Vaya, pues tienes razón!”, dijo Micaela mientras su cara se iba iluminando.
- “Es decir – concluyó José con firmeza – ¡tienes todas las características que se necesitan para aplicar la Gestión Básica!”.
- “¿Gestión Básica?, preguntó Micaela con un rictus de extrañeza.
“Sí – respondió José sonriente –. "Estoy seguro de que tu empresa se mueve dentro de lo que se denomina Caos Creativo, y su solución está en que todo eso que eres capaz de hacer en el tema de la seguridad, lo apliques al conjunto de las actividades de la empresa.”
- “Eso sí, evitando el riesgo de la burocracia mediante la aplicación de mucho sentido común”.
- “¡Qué bueno!” – dijo Micaela casi saltando de la silla –. “Aplicar sistemática documentada y sentido común a todas las actividades de la empresa, siguiendo los principios de la Gestión Básica”.
- “Y, ¿por dónde empiezo?”, preguntó ella con cara de renovada ilusión.
- “Tienes que empezar por hablar con tu Gerente para averiguar cuáles son las cosas que más le preocupan, explicarle todo lo que te he contado, y obtener su apoyo para empezar a trabajar duro; si no consigues su apoyo firme y decidido, no conseguirás nada. ¿Qué tal te llevas con él?”, se interesó José.
- “¿Con Luis Villanueva? Bueno, es un hombre que siempre está muy ocupado, pero creo que tiene muchas ganas de que las cosas cambien y se hagan de otra manera. Y además, siempre he sentido que confía en mí”, respondió Micaela.
- “Vale" – fue concluyendo José –. "Queda con él en algún momento en que esté razonablemente tranquilo, y le explicas que la mejor forma de eliminar su Caos Creativo es aplicando los Principios de la Gestión Básica.»
Cuando el empresario agroalimentario y su responsable de Calidad se ponen de acuerdo, tienen en sus manos la solución a muchos problemas de gestión de la empresa.
- "Tienes que convencerle de que, para que las cosas funcionen, lo que él necesita es:"
- "Por eso tienes que empezar por los que te he señalado en rojo, que es el primer paso para ir obteniendo resultados”.
"¡¡MUCHAS GRACIAS, José!!
¡Voy a ponerme manos a la obra de inmediato!"
Este storytelling es un espejo del corazón de los profesionales en la industria agroalimentaria, José María.
Pero lo mejor de todo son las dos herramientas que has incluído.
Un lujo al alcance de las personas del sector.
¡Muchas gracias, Puy!
La verdad es que he preparado esas herramientas con todo el cariño del mundo y aplicando el máximo de mi experiencia de la que he sido capaz.
Un abrazo.