La inflación de hoy es el irónico resultado de las saludables tendencias de la economía.
Y para entenderlo no hay más que ver qué ha ocurrido la pasada Semana Santa.
La electricidad en máximos históricos.
El precio del barril de petróleo había subido un 64,25% en los últimos 12 meses.
La Semana Santa con los precios de la gasolina más cara que se conocía.
Y, ¿qué ha ocurrido? ¿Nos hemos quedado en casa?
¡NO!
La primera Semana Santa sin restricciones tras dos años de pandemia ha empezado a acercarse a la normalidad con un importante número de desplazamientos en avión, tren y carretera (8,4 millones de desplazamientos el miércoles Santo) y una ocupación que ha alcanzado el 75 % en los alojamientos en alquiler.
Las colosales inyecciones de los fondos de estímulo de los bancos centrales, las bajas tasas de interés, las vacunas efectivas y las personas desesperadas por salir a las calles nuevamente han creado una enorme compra por los consumidores.
Antes, una pandemia con el consumo por los suelos (ahorro). La hostelería tocando fondo (necesidad de recuperar por quienes han sobrevivido).
Hoy: ganas de consumir + ganas de recuperar lo no facturado (precios por las nubes) = inflación (…porque la pagamos).
Y en cuanto a los precios de la energía (gas, petróleo): ¿cuánto habrá de querer aumentar los beneficios rápido… porque las energías alternativas ya sí van a ser rentables y hay que aprovechar antes de que “quemar gas o petróleo” ya no sea útil?
¿Buscamos quemar un gas diferente al ruso, o conseguimos que las energías “verdes” sean por fin rentables?
Yo al menos espero que esto sea cierto, que de una vez por todas las “alternativas” empiecen a desplazar a los carburantes fósiles y que, también por pura lógica económica, el planeta tenga alguna posibilidad.