Por José María Garrido

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El ego, en sí mismo, no es una faceta vergonzosa de nuestro ser. Es una necesidad comprensible y bastante natural. Está bien regocijarse cuando hemos «ganado», porque a menudo somos muy duros con nosotros mismos cuando «perdemos» y celebrar las victorias es esencial para aumentar la autoconfianza.

Pero el ego tiene que ser controlado, y su «territorio» por lo general termina donde comienza el ego de otra persona.

Los directivos deben estar orgullosos de sus logros pero, al mismo tiempo, deben saber colocarlos en la perspectiva adecuada. Ninguno de nosotros es irremplazable. Siempre hay alguien que puede hacer algo mejor que nosotros.

Una vez conocí a una directiva que constantemente irrumpía en el trabajo de sus subordinados porque «se podía hacer un poco mejor». Como había ascendido desde puestos inferiores y había hecho los trabajos anteriores de forma excelente, en realidad podía hacer la mayoría de las cosas mejor que la mayoría de sus subordinados.

«Venga, déjame coger esa llamada y enseñarte cómo responder a un cliente exigente».

«No llames al almacén, ve a verlos porque responderán más rápido si estás allí en persona».

“Siempre que negocies una compra debes conseguir un descuento. ¡Siempre!”.

Sus consejos solían ser muy precisos, pero su comportamiento era claramente disfuncional.

A menos que vayan a cometer un error fatal o irreparable, los subordinados necesitan «ganar y perder» por sí solos. Los reveses pueden enseñar grandes lecciones, que se aprenden mucho mejor que con otra persona que siempre te muestra el «camino correcto».

Pero ésta no es la clave central aquí. La clave es permitir que las personas se desarrollen a través del entrenamiento de gestión, no del “ego de gestión”.

Otro componente pernicioso del ego es la competencia. Puede ser saludable competir con otra fábrica o unidad por el mejor servicio o la mayor cantidad de ventas porque los resultados mejoran la organización en cualquier caso. Pero nunca es adecuado ganar a expensas de otra persona. Si el objetivo es «poner en evidencia» a otro departamento o vencerle independientemente del impacto en la organización, entonces el ego ha superado los objetivos organizacionales.

He vivido la experiencia de dos fábricas muy parecidas “luchando” por el agasajo. Los respectivos directores de fábrica estaban en una competición privada para demostrar que cada uno era más “popular” entre su gente que el otro. Cuando uno establecía horario continuo el viernes durante el verano, el otro establecía horario continuo todos los días del verano. Cuando uno permitía pausas de café, el otro las fomentaba con la excusa de que “eso favorece el buen ambiente en la plantilla”. Esto seguía y seguía a medida que la productividad caía y caía.

El Director General me decía que no podía entender cómo dos directores tan populares podían dirigir fábricas tan improductivas. Le dije que la popularidad era a expensas de la productividad, y que sería mejor que sacara un palo bien grande para derribar algunos egos.

Este es un caso extremo, pero las luchas de egos entre Compras y Fabricación, entre Marketing y Desarrollo de Producto, o entre Calidad y Comercial están a la orden del día en las empresas.

Es en esos territorios, y no tanto en las líneas de fabricación, donde la ineficiencia, el desperdicio y los euros se cuelan de manera desbocada hacia el desagüe.

 

“Después de Dios estoy yo.” – José Mourinho.

“El verdadero valor de un hombre se determina examinando en qué medida y en qué sentido ha logrado liberarse del yo.” – Albert Einstein.

“Muéstreme una persona sin ego, y le mostraré a un don nadie.” – Donald J. Trump

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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