Una noche de nuestras recientes vacaciones fui caminando hasta un restaurante en Nigrán (Pontevedra) a esperar a mi mujer para cenar. Pedí un aperitivo en la barra del local donde había una camarera y una clienta que parecía que se conocían y que estaban teniendo una animada conversación.
“¿A qué te dedicas?”, me preguntó la camarera. Se lo expliqué brevemente. “¿Ayudas a la gente en temas de trabajo?”, me preguntó. Y les comenté un par de ejemplos de cosas que hacía al respecto.
“Cuéntale tu caso”, le dijo la camarera, quien evidentemente era su amiga. La clienta me contó la presión laboral a la que estaba sometida en su empresa y el estrés que dicha situación le estaba causando.
“¿Qué debería hacer?”, me preguntó.
“Deja ese trabajo”, le dije. “Es evidente que tu jefe no te respeta.”
“¿Ves? Es lo que yo te digo”, le dijo su amiga.
Mi mujer apareció, teníamos lista la mesa para la cena, y les deseamos buena suerte a ambas. Por supuesto, no sé lo qué pasaría después.
Pero lo que sí sé es que la gente tiende a prestar atención a desconocidos imparciales y objetivos que están dispuestos a escuchar, tienen experiencia y se muestran dispuestos a querer ayudar.
Y es algo que me tomo muy en serio, porque es una situación de la que se está abusando cada vez más en las redes sociales y que puede tener repercusiones realmente negativas.