Cuando yo no tenía todavía ni 10 años, mi padre cumplió uno de sus sueños: tener su propio huerto con una buena colección de árboles frutales. Era un gran amante de la fruta fresca, y siempre nos contaba cómo, de pequeño, solía ir por los campos de mi pueblo a “coger” alguna fruta de los árboles (los árboles de otros, porque nuestra familia nunca tuvo tierra en un pueblo por entonces eminentemente agrícola).
Además de los frutales, construyó una casa de campo, frontón, piscina e incluso pista de tenis (todo diseñado y construido casi por él mismo), y El Huerto se convirtió en el lugar de reuniones de toda la familia, sobre todo en verano.
En la zona exterior donde solíamos sentarnos a comer, charlar o simplemente a contemplar, había un sauce llorón que con los años fue creciendo y creciendo. Tanto que llegó a impedirnos ver el horizonte lejano, con las huertas de la ribera del río Aragón, el monte “Matapiejos” o los cortados y barrancos que había ido construyendo el río. Mi padre consultó con un amigo y éste le dijo que, para recuperar la perspectiva, había que “levantar” el árbol. Yo pensé que eso significaba ponerlo en algún pedestal o montículo. Pero lo que hicieron fue cortar las ramas inferiores, dejando las superiores para la buena salud del sauce, lo que nos permitió recuperar la vista del horizonte por debajo del árbol “elevado”.
Creo que necesitamos «levantar» nuestras vidas de vez en cuando. Solemos separarnos tanto del mundo que nos rodea que ya no podemos verlo debido a las obligaciones, los males necesarios, las demandas de otros, las abrumadoras obligaciones, la búsqueda del «éxito», etc. Por ejemplo, recuerdo por entonces haber visto una mañana temprano una zorrilla con su cría buscando el almuerzo a sólo 50 metros de mí. Una auténtica rareza que no habría visto si mi padre y su amigo no hubieran levantado el árbol.
No estoy seguro de que todos veamos suficientes amaneceres y puestas de sol, pájaros migratorios, abejas polinizadoras, niños con patinetes, vecinos que pasean por las tardes, el frescor de una mañana después de la lluvia o personas interesantes. Nos sorprendemos cuando vemos a alguien que conocemos en un lugar poco probable, pero ¿a cuántas personas nos hemos perdido porque no pudimos ver a través de nuestro “follaje autoimpuesto”, que se convierte en arena en el engranaje de nuestro propio crecimiento?
En mi caso y en mi trabajo actual en particular, desde luego que los clientes son muy importantes, pero quiero ayudarlos a crecer y, eventualmente, desconecto para no ser codependientes (ni ellos de mí ni yo de ellos). Si no los “elevo” cuando trabajo con ellos, pueden oscurecer mi visión y yo la suya. Por eso ni se me ocurre no responder a emails o llamadas de otros mientras estoy “trabajando con un cliente”. O por eso he aceptado proyectos fuera del sector agroalimentario que han resultado ser profundamente frescos, sorprendentes e incluso disruptivos para mí.
Necesitamos “elevar nuestros negocios”, ver más allá de las trivialidades y las tareas cotidianas, para apreciar el futuro y el valor que necesitamos crear para los clientes.
Desde luego, yo no quiero perder oportunidades por no ver más allá de ramas y enredos.
“Sin un crecimiento y progreso continuos, palabras como mejora, logro y éxito no tienen sentido.” – Benjamin Franklin
“Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestro crecimiento y nuestra libertad.” —Viktor E. Frankl
“La clave del crecimiento es la introducción de dimensiones más altas de conocimiento en nuestra consciencia.” —Lao Tzu