Por José María Garrido

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– “José María, hace mucho tiempo que no publicas nada nuevo… ¡y lo echo de menos!”, me dice Lino con todo el cariño.

“¿Sabes qué pasa –me explica su hermana-? Que Lino sólo sigue con verdadero interés lo que se publica en dos cuentas: la del R. Madrid y la tuya”.

“Pues eso hay que considerarlo como un verdadero honor”, respondo.

 

Hace tan sólo unos meses, a pesar de que ya estábamos inmersos en un profundo cambio de época, las cosas seguían siendo más o menos predecibles, y todos nos movíamos con un cierto grado de certeza. A pesar de los denominados entornos V.U.C.A (Volátil, Incierto-in English, Complejo, Ambiguo), las personas normales todavía vivíamos situaciones normales.

Hasta que el maldito virus vino a darnos una gigantesca bofetada de realidad.

Porque aun siendo evidente que este terremoto y su consiguiente tsunami está cambiando profundamente muchas cosas, soy de la opinión de que, en lo esencial, lo que realmente supone es una brutal aceleración de lo que estaba por venir.

Todos confiamos en que, más pronto que tarde, el virus y su terrible impacto en la salud pública quedará bajo control, gracias al comportamiento casi heroico de los sanitarios (vergonzoso que todo se fíe a su deontología profesional en lugar de a un bien planificado aporte de recursos y medios), al intenso trabajo de los científicos (otro colectivo casi despreciado por los poderes públicos) y al legítimo interés empresarial (esperemos que el resultado se aplique con suficiente ética global) por conseguir una vacuna.

Mi más sincero respeto y reconocimiento a todos los profesionales sanitarios.

 

Pero las consecuencias económicas, empresariales, laborales y sociales de esta pandemia van a quedarse con nosotros, multiplicando exponencialmente las consecuencias derivadas de la globalización, el desarrollo tecnológico y el cambio climático.

Además, hay otro factor que, a pesar de que ya se venía venir, esta crisis del COVID-19 a puesto al descubierto de forma descarnada: la desorientación y falta de liderazgo de los políticos (locales y globales) y, por tanto, la evidencia de que no debemos quedarnos esperando a que ellos solucionen nada.

Parece evidente, pues, que debemos prepararnos para convivir con un profundo drama social, con lógicas manifestaciones de cabreo y sus consecuencias en cuanto a crecimiento de opciones políticas populistas, hábiles en pescar en río revuelto canalizando la mala leche y proponiendo soluciones simplistas a problemas muy, muy complejos.

 

Pero entonces, ¿dónde se encuentra la esperanza?

Para mí está muy claro: en la propia esencia del Ser Humano, es decir, en su intrínseca necesidad de Ser y de Lograr.

  • De “Ser alguien” que aspira a ser respetado, reconocido, a sentirse seguro, a obtener un determinado estatus…
  • De “Lograr” cambiar su entorno, conseguir hacer cosas, progresar, dar, recibir, tener…

Un ser social, colaborativo, que necesita relacionarse con otros, interactuar, impactar en los demás.

Y con consciencia de sí mismo (experiencia subjetiva) y por tanto necesitado de sentido, de propósito vital.

 

De ahí surgen las maravillosas capacidades de la Persona: iniciativa, creatividad, atrevimiento, ilusión, esfuerzo o compromiso.

La búsqueda de las respuestas a la pregunta “¿Qué puedo hacer por los demás para cumplir mis objetivos?”, que son el germen de ese Propósito y la base de la verdadera felicidad.

Y en el mundo actual, pase lo que pase, una forma natural de concretar todo lo anterior es la iniciativa empresarial (sea la que sea y del tamaño que sea), es decir, la figura del emprendedor/empresario, y ligado a ello el trabajo, o sea, la participación de empleados en un Proyecto de Empresa.

 

Sí. Independientemente de los cambios que se produzcan o de las convulsiones a las que nos tengamos que enfrentar, la gran esperanza estará siempre en esa capacidad para crear y participar en proyectos que solucionen los problemas de la gente. La confianza en la empresa como vehículo de generación de riqueza e instrumento para canalizar las necesidades más profundas del Ser Humano.

Algo que, afortunadamente, estamos viendo en estos días:

  • A diferencia de las irresponsables actitudes y posiciones políticas, los empresarios y sindicatos están dando una lección de sentido común, llegando (al menos por el momento), a acuerdos importantes con la convicción de que esto o lo sacamos adelante juntos o todo será mucho más difícil y doloroso.
  • U observando el comportamiento de las bolsas mundiales (un termómetro básico de este sistema de vida llamado capitalismo) que, a pesar de la que está cayendo y de su hundimiento generalizado de la pasada primavera, mantienen en general un nivel digno (con la excepción de la española, claro) que también invita a la esperanza.

Incluyo también aquí tanto el desarrollo científico como el tecnológico, que al mismo tiempo que está generando una transformación a una velocidad sin precedentes (con evidentes consecuencias laborales y sociales), también es la gran oportunidad para solucionar los retos enormes a los que se enfrenta la Humanidad: impactos sobre el planeta, desigualdades regionales y sociales, reparto de la riqueza, etc.

Y en medio de todo ello, nuestro sector agroalimentario.

Un sector en el que el hachazo ha pillado por barrios:

  • desplome de la hostelería y la restauración (y por tanto necesitado de reinvención urgente), y
  • el lógico impulso de la venta retail (supermercados y consumo minorista o familiar).

Pero que mantiene y mantendrá su vigor en una actividad tan esencial como es la alimentación humana, con todas sus facetas (nutrición, salud, seguridad, conveniencia, innovación, placer, etc.) en un país, el nuestro, al que aporta el mayor volumen económico en términos de PIB industrial.

 

Esperanza en la Persona, en su creatividad y en su iniciativa. Confianza en los emprendedores y en las empresas (autónomos, cooperativas, pequeñas, medianas o grandes), en los empresarios y trabajadores, en su profesionalidad y en su responsabilidad como organizaciones de generación de riqueza , que es la única que nos puede sacar de este atolladero. Entre otras cosas para pagar la enorme factura que la necesaria e imprescindible solidaridad con los más vulnerables está generando.

Los que tenemos una dedicación profesional que nos llena y apasiona somos muy, muy afortunados. Centrarnos en el trabajo ético, aportando valor y solucionando problemas es lo mejor que podemos hacer en momentos tan convulsos como éstos.

En mi caso, ayudando a las Pymes familiares agroalimentarias:

  1. con su Equipo de Dirección, para “hacer las cosas correctas”;
  2. a clarificar, sistematizar, medir y mejorar para “hacer correctas las cosas”, y
  3. a desplegar un liderazgo positivo que fomente el sentimiento de pertenencia y el compromiso de los empleados.

O impulsando el desarrollo de los profesionales de la Calidad agroalimentaria con programas formativos como Calidad Extendida.

Aunque todos debemos ser conscientes de que vamos a tener que poner en práctica una capacidad de adaptación al cambio desconocida hasta ahora, y todavía está por ver si tendremos la estabilidad mental y la inteligencia emocional suficientes para reinventarnos repetidamente.

«No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios» Charles Darwin

En cualquier caso, yo ya estoy volviendo de inmediato a publicar contenidos como este para que Lino tenga alternativas a las vicisitudes del R. Madrid en esta nueva temporada Winking smile.

Por cierto, sabes que puedes dejarme tu propio punto de vista sobre la situación actual en los comentarios de aquí abajo… así que ¡anímate!

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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