A finales del siglo XIX, los luditas protestaron contra los inicios de la automatización en las grandes fábricas porque la gente perdería su trabajo.
A principios del siglo XXI, la industria del taxi protestó en las calles por la actuación de Uber y porque los taxistas podrían perder su trabajo.
Hoy las fábricas están automatizadas. Cuando empecé a trabajar en Vega Mayor en la producción de ensaladas de IV Gama a principios de los años 90, se necesitaban 20 personas en cada uno de los turnos para realizar la selección de lechugas. Hoy sólo se necesitan dos.
La industria del taxi ahora cuenta con “apps”, máquinas de tarjetas de crédito, taxis limpios, conductores bien centrados y que te llevan a tu destino con rapidez y sin trucos.
Se han adaptado.
Hace algún tiempo, en las redes sociales (¿dónde podría ser, si no?) una mujer suplicaba a los lectores que no utilizaran cajeros automáticos en los supermercados porque las cajeras perderían sus trabajos. El corolario, supongo, sería no utilizar el tren porque los trabajadores de las líneas aéreas perderían sus empleos, dejar de utilizar la banca online… o abstenerse de viajar en automóvil porque toda esa gente que limpia el estiércol de los caballos en las esquinas de las calles de las ciudades se quedaría sin empleo.
Hace unas semanas, el ayuntamiento de Barcelona anunció que pondrá límite a las autorizaciones de pisos turísticos (otras ciudades le quieren seguir) aduciendo que es una de las razones de la masificación turística y de los problemas de vivienda que se viven en nuestro país. Veremos.
El tiempo avanza, la vida evoluciona, la innovación florece. Podemos hablar de “caballos de fuerza”, pero nadie monta a caballo en una autovía.
Durante el primer semestre del año vivimos una oleada de protestas de los agricultores europeos, con especial incidencia en España y Francia. Las organizaciones agrarias convocaron concentraciones de diverso calado, impacto y virulencia contra la disminución de los ingresos, las regulaciones medioambientales, la sobrecarga administrativa o los acuerdos de libre comercio, como el de la Unión Europea y el Mercosur.
El impacto de la guerra en Ucrania y la invasión de Gaza (aumento de precios de los cereales, los fertilizantes o de la energía), los cambios en la PAC (condicionantes ecológicos, aumento de la burocracia), diferentes condiciones técnicas para producciones intra y extracomunitarias, el brutal impacto de la sequía y el cambio climático, el eterno problema de precios y márgenes dentro de la cadena alimentaria… Presión, agobio y lógico enfurecimiento de agricultores y ganaderos. Vaya por delante que yo los comprendo y apoyo.
A pesar de disponer de un término municipal exiguo, hace 50 años mi pueblo (Marcilla, en la Ribera de Navarra, 3.000 habitantes) basaba su economía en la agricultura, la ganadería y la industria derivada (conserva y congelado); hoy, el número de familias que viven del sector primario se puede contar con los dedos de una mano y tan sólo queda una empresa transformadora de alimentos. Los pequeños campos que antes permitían sacar a una familia adelante se han convertido en fincas de recreo o en huertas para el entretenimiento de jubilados (lo que a «los de pueblo» todavía nos permite disfrutar de vez en cuando de tomates “de los de antes”). Imposible vivir de unas pocas “robadas” de tierra, y menos con las exigencias vitales actuales.
Pero el pueblo sigue boyante, con jóvenes parejas allí establecidas trabajando en empresas industriales de alto valor añadido de la zona (tecnología alimentaria, industrias de diseño eléctrico y electrónico, bienes de equipo, etc.)
Uno de esos últimos “héroes” es mi buen amigo Pachi, quien a base de dedicación, esfuerzo y sentido común, sigue manteniendo una explotación ganadera de vacas de leche. Por supuesto, estuvo apoyando activamente las “tractoradas” del final del pasado invierno (contaba que de Marcilla tan sólo salían dos tractores a manifestarse…), me decía que su posición era de apoyo 100% a las reivindicaciones del sector y me explicaba, con lógico enfado, cómo las circunstancias externas, los costes y los márgenes afectaban a su negocio.
Al mismo tiempo, en otoño del año pasado Pachi había viajado por primera vez al otro lado del Atlántico. Decidió unirse a un grupo de ganaderos para asistir a una feria del sector en Canadá. Volvió profundamente impactado por las tecnologías existentes para la gestión de granjas como la suya y totalmente decidido a aplicarlas según sus posibilidades. Este verano me mostraba orgulloso cómo desde su móvil podía controlar el estado de cada uno de sus animales, a los que había colocado un collar individual, que le estaba ahorrando trabajo e incertidumbre, y aumentando el rendimiento de su explotación.
Casi contaba las semanas que le quedaban para asistir de nuevo a la feria canadiense de este año (“¡No me voy a perder ninguna!”), además de asegurarme que no tenía ninguna intención de jubilarse. “¡Estoy en el mejor momento de mi vida!”, me decía con una amplia sonrisa a sus 63 años.
En una negociación de principios de los 90, el representante de CCOO nos pedía aumento salarial “porque los administrativos tendrían que utilizar un ordenador”.
Los tiempos avanzan y no se van a detener.
Es hora de adaptarse, no de pedir que se congele el calendario.
Es necesario aumentar el valor, no exigir recibir más por el que siempre se ha entregado.
Hoy estamos pendientes y expectantes ante el impacto de la aplicación masiva de la inteligencia artificial. Veremos.
“Créanme, mi viaje no ha sido un simple viaje de progreso. Ha habido muchos altibajos, y son las decisiones que tomé en cada uno de esos momentos las que han ayudado a dar forma a lo que he logrado.” —Satya Nadella (CEO de Microsoft).
“Sin un crecimiento y progreso continuos, palabras como mejora, logro y éxito no tienen significado.” —Benjamin Franklin.
“Cometí errores en el teatro. Pensé que un drama era cuando los actores lloraban. Pero un drama es cuando el público llora.” —Frank Capra.