Uno de los peligros de mirar atrás es que la gente puede pensar que los “viejos tiempos” son simplemente nostalgia y que no vale la pena recordarlos, o también puede pensar que no eres capaz de lidiar con el presente. Reconociendo lo anterior, y sabiendo que mis lectores son muy inteligentes y perspicaces, continuaré.
En “aquellos tiempos”, las mujeres embarazadas (no “la ciudadanía embarazada”) a menudo fumaban y bebían alcohol. Los cinturones de seguridad del automóvil casi nunca se usaban, incluso cuando estaban disponibles (no había problema porque ni eran extensibles ni ninguna alarma te lo recordaba).
Jugábamos “a todo” en la calle, corriendo desbocadamente y sorteando los coches que pasaban. Comíamos chicles y caramelos muy dulces y bebíamos refrescos azucarados. El patio de la escuela estaba abierto, y no era una opción inteligente ir a la oficina del director para quejarse por el maltrato percibido. A veces nos pegaban con una regla de madera y la vida era injusta. Los profesores de educación física eran maestros de “Formación del Espíritu Nacional” que rara vez sabían más que nosotros, por lo que las lesiones no se trataban y no se toleraban las excusas ni las faltas a la clase de gimnasia.
No teníamos videojuegos, así que no te podías perder la película de la Sesión de Tarde (de uno de los dos canales de la tele) e inventábamos juegos que eran algo peligrosos (¿alguno de vosotros recuerda balancearse en una bilindanga?). Espumábamos por la boca mientras esperábamos tener una bicicleta propia, e invitábamos a las chicas a pasearlas en el manillar o en la parrilla sin miedo a ser acusados por “pasarnos de la raya”.
Sin embargo, nuestras escuelas públicas tenían maestros dedicados y altamente capacitados, que no toleraban tonterías y a quienes los padres apoyaban. Ningún padre venía llorando con “¡Les están poniendo demasiada tarea!” o “¡La nota de mi hijo es demasiado baja!”.
Nos enseñaron ortografía (incluyendo las reglas de la tilde), a memorizar las tablas de multiplicar, las declinaciones del latín o a construir casitas con palillos y pegamento. Nos animaron a apreciar la perspectiva en el arte o la armonía en la música, e hicimos obras de teatro y leímos libros famosos (como El Lazarillo de Tormes o El Buscón don Pablos). Supimos quién era Sócrates, Gonzalo de Berceo o Descartes, aprendimos todas las capitales de América o “los ríos que desembocan en la vertiente cantábrica”, y las clases de Religión eran obligatorias… aunque todos sabíamos que, en realidad, era una “maría”. Y nunca conseguimos hablar un inglés decente.
Estudié 5 años de Biología en la universidad, incluidos tres cursos de Teología, y formé parte de la Tuna (con la que íbamos de ronda a los pisos de chicas). Para escuchar tu canción favorita tenías una sinfonola o debías acertar entre los surcos de un vinilo. Había tiendas de guitarras y de baterías que eran un éxito, y si querías hacer algo de música tenías que aprender a tocar un instrumento (con o sin solfeo).
Y sin embargo, la mayoría de nosotros lo logramos y tratamos de vivir vidas productivas, sin “espacios seguros”, “alertas de activación” y 15 redes de seguridad. No nos caíamos muertos en las calles y, de hecho, los “personal shoppers” o los entrenadores personales no estaban en ningún lado.
Así que, aquí estamos, habiendo logrado perpetuar la especie (aunque, en mi caso, de forma indirecta).
(Estaba pensando en publicar esto en cursiva, para que las generaciones más jóvenes no pudieran leerlo. Pero eso parece un poco duro).
“En los viejos tiempos, cuando no había redes sociales ni teléfonos móviles, cuando te obligaban a conocer físicamente a alguien y a menudo te entremezclabas con la gente, había un sentido de la responsabilidad por las cosas.” —Ulrika Jonsson.
“¿Por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido…?” – José de Espronceda.
“Cosas que eran difíciles de superar, son dulces de recordar.” – Séneca.