Aman su país y su cultura, pero la emigración es la única solución para muchos que quieren progresar en la vida y ahorrar para volver. Hacer negocios implica tener buenos contactos y “saber moverse”, pero la inversión extranjera crece (Irizar, Alsa, Cepsa, fábricas de automóviles, empresas agrícolas) atraída por las muchas oportunidades y por unos salarios muy competitivos. La inversión inmobiliaria es evidente por la cantidad de grúas que jalonan el horizonte y los preparativos para el próximo mundial de fútbol mueven importantes infraestructuras. La primera línea de alta velocidad ferroviaria ya está en funcionamiento.
No, no me refiero a la España de los 60 ó 70, ni a cuando Volkswagen decidió implantarse en Pamplona (1982) por el bajo coste de la mano de obra, ni al Mundial 82 o la Expo 92.
Conducir es una pequeña aventura. Hay que tener mucho cuidado en las rotondas, en ocasiones sigue imperando la ley del más fuerte y el semáforo recién puesto en rojo no asegura el paso a los de la luz verde. Los pasos de cebra son simples adornos en el asfalto, todavía los motocarros y las pickups transportan personas en la parte de atrás y la altura de carga de algunos camiones pequeños no tiene límite (“Está prohibido, pero se tolera”, me dicen). Son las excepciones, sobre todo en zonas rurales.
El turismo es una fuente de ingresos importante, los camareros y hosteleros son amables, te tratan con máximo respeto y puedes mantener una conversación en el interior de bares y restaurantes mientras fumas un cigarro. Los cafetines están repletos de hombres que toman café o té.
No, no estoy hablando de nuestro país hace… ¿20 años?, ni de cuando mi padre iba todos los días a echar la partida al mediodía y no veías una mujer (tampoco a mi madre) en un bar a esas horas.
La religión está muy presente. Escuchas la llamada a la oración a las horas clave y la gente acude libremente a rezar cuando le es posible (separados hombres y mujeres) En la calle, se entremezclan las mujeres con velo con las que visten a la moda occidental y con los cabellos al aire; no sabría decir qué grupo es mayoritario.
Tampoco estoy hablando del sonar de campanas para el rosario, de mi madre con velo en misa, ni de mi padre sentado en el lado de los hombres.
La policía (muy presente en edificios, carreteras y calles) vestía de gris hasta hace 5 años y la media de edad de los agentes era elevada. Hoy visten de azul, cada vez son más jóvenes y tanto la Policía Nacional como la “guardia civil” tienen agentes femeninos (sin hiyab, por supuesto).
Marruecos es un país realmente exótico para nosotros (cultura, arquitectura, música, gastronomía), aunque no creo que lo sea mucho más a como lo era España para alemanes o británicos, cuando “África empezaba en los Pirineos” y (todos) los españoles éramos toreros, echábamos la siesta y bailábamos flamenco.
Es cierto que puedes ver basuras en algunas zonas de picknick, junto al mar o en vertederos incontrolados, que el reciclaje es inexistente, que en los mercados más tradicionales todavía se vende carne o pescado sin refrigerar (aplicar leyes estrictas en seguridad alimentaria es un tema pendiente) y que los conductores que se lo pueden permitir conducen con una cerveza en la mano (sí, hablo de alcohol). Pero no es nada diferente a lo que yo recuerdo de nosotros mismos en los 80, por ejemplo, cuando tuvimos el escándalo del envenenamiento por “aceite de colza desnaturalizado” (1981) o volvíamos de madrugada de las fiestas del pueblo vecino conduciendo con 7 amigos en el coche.
Un país que avanza y progresa con rapidez. Los parques y las largas avenidas jalonadas por árboles, palmeras y césped perfectamente cuidado de Rabat sería la envidia de cualquier capital europea. Los puertos de Tánger Med y Nador West Med se van a convertir en los más importantes del Mediterráneo y desde el de Dalhla pretenden revitalizar la actividad económica a nivel del Sahel.
Somos mucho más parecidos de lo que creemos (aunque sólo sea porque hemos compartido 800 años de historia común). Se trata de gente amable, hospitalaria y respetuosa. Se sienten orgullosos de su historia, de su cultura, de su música y de su gastronomía (el asado de cordero, el turrón o las pastas de almendra son increíbles), y también mojan el pan en aceite de oliva. Los parques se llenan de niños (sobre todo en verano) bajo la ¿atenta? mirada de sus madres, que charlan animadamente con las vecinas en unas hamacas “a la fresca”, mientras jóvenes y adolescentes juegan al fútbol o al baloncesto.
Ver Marruecos hoy es ver España hace unos pocos años. Con educación, algo de civismo, buen aprovechamiento de recursos (estratégicos, Unión Europea, etc.), fomento del emprendimiento y profesionalización de sus cuadros técnicos, el salto al siglo XXI está asegurado.
No, no somos tan diferentes.
Así que, mejor para todos que abandonemos los tópicos, los apelativos xenófobos o las etiquetas.
Aeropuerto de Tánger. La cola para el “checking” del vuelo a Madrid es única. El empleado de Ryanair nos dice que formemos dos colas y, sin respetar el orden anterior, una pareja (hombre y mujer) que estaban detrás de mí se colocan delante. Cuando toca turno pretendo adelantarme, pero ambos, al unísono, me lo impiden y me gritan. Cuando les respondo que se habían colado y que me parecía “mucha cara dura”, el hombre me amenaza con “romperme la cabeza”. Lógicamente, ahí acaba la discusión.
Una señora mayor con hiyab y chilaba que lo había visto todo me dice amablemente que pase yo en el siguiente turno.
La pareja tenía pasaporte español.