Una de las cosas más importantes que he descubierto a lo largo de mi vida es que la clave para tener éxito es no tener miedo.
No me refiero a ser atolondrado o temerario, y tampoco quiero decir imprudente. Lo que sí quiero decir es que hay que ser intrépido, porque en nuestras profesiones y negocios no hay nada a lo que temer realmente, suponiendo que no eres un malabarista con una motosierra (¡!) o un equilibrista de la cuerda floja (¡me encantaría conocer alguno para charlar un rato con él/ella!).
Incluso si estás involucrado en profesiones duras o brutales, el miedo al fracaso te socavará inmediatamente. Los boxeadores no pueden entrar temerosos en el ring. Por cierto, una de mis frases favoritas atribuida a Mike Tyson: “Todos los que entran en el ring tienen un plan… hasta que reciben un puñetazo en la mandíbula”.
Fallar sólo es fatal cuando nosotros mismos permitimos que lo sea.
Fallar sólo es fatal cuando nosotros mismos permitimos que lo sea. Cuando nos acurrucamos en posición fetal, o nos deprimimos, o cuando sólo buscamos la conmiseración de otros que están en el mismo barco, entonces fallar puede ser fatal, al menos metafóricamente hablando.
La mayor manifestación de percepción de fracaso que podemos encontrar en estos tiempos es la victimización autoimpuesta. En el momento en el que nos rendimos de asumir nuestra responsabilidad por nuestras acciones y traspasamos esa responsabilidad al destino o a otras fuerzas externas, nos convertimos en “víctimas profesionales”.
Esto es, tanto profesionales «víctima» (Definición de profesional: «Involucrado en una actividad como ocupación principal”) como «profesionales del victimismo».
De éstos sí que conozco unos cuantos, que se convierten en personajes altamente tóxicos cuando, encima, juegan al rol «verdugo/víctima» para señalar a otros como causantes de sus desgracias y acumulan «seguidores» aficionados a señalar con el índice, sin ser conscientes de que la causa la señala el pulgar de su misma mano…
La victimización es fatal porque supone rendirse de tener el control y limitarse a la queja. Ya no trabajaremos más por conseguir el éxito; malgastaremos nuestro tiempo y energía intentando identificar y validar frente a otros por qué es imposible triunfar para nosotros.
Cuando no conseguimos encontrar la causa de nuestro fallo en una actividad, y en su lugar lo achacamos al destino del Universo o a las tempestades y vientos en contra, entonces nos situamos en posición de condición fatal.
Estoy usando el término “fatal” en el sentido de poner fin a nuestra vida profesional o empresarial. Una vez que estamos convencidos de que no podemos ayudarnos a nosotros mismos, sino que señalamos a alguien o algo (que a veces ni siquiera se da cuenta de que lo culpamos) por nuestra condición, entonces estaremos psicológicamente esclavizados.
El camino del éxito se parece más a una carrera de obstáculos que a una maratón. Se trata de negociar barreras, vientos, cursos de agua y otros juegos de palabras. Así que, una vez que entramos en la carrera, todo eso debería ser familiar para nosotros. Si nos mantenemos resbalando en el mismo lugar o dando vueltas a la misma manzana, entonces ya no es la carrera: somos nosotros. No hemos aprendido de nuestros errores anteriores.
No es que la carrera esté conspirando contra nosotros; somos nosotros los que nos equivocamos al no aprovechar los aprendizajes de la experiencia.
Uno de los problemas fundamentales en relación tanto al miedo como al fallo es la condición de nuestro ego. Irónicamente, el ego es esa parte de nosotros que no puede ser físicamente magullada, pero que tan a menudo parece recibir una paliza.
Pero ese es otro tema. Ya entraremos en ello algún día de éstos.