Un tipo contactó conmigo hace algún tiempo y me dijo (no es broma): «He oído hablar de ti y de tu programa de reinvención del trabajo en Calidad alimentaria. Estoy considerando formar parte de él. Llamo para que me des cinco referencias para ver si lo que haces es realmente bueno. Además, aunque no se mucho sobre ti, ese concepto de ser agente de cambio en la empresa agroalimentaria que se te atribuye no tiene mucho sentido para mí. ¿Qué me puedes decir al respecto?”
«¿Cuánto tiempo llevas como profesional de la Calidad en nuestro sector?», pregunté sabiendo ya la respuesta. «Bueno, he trabajado muchos años como consultor de Seguridad Alimentaria y ahora me he puesto por mi cuenta. Pero, oye, no me vas a decir que sólo porque tú tienes más experiencia eres más inteligente que yo, ¿verdad?»
No se lo dije, pero sólo porque corté la comunicación (se trataba de una videoconferencia).
Hay muchas personas que van tropezando por la vida porque sus egos les cuelgan de los tobillos y se interponen en el camino de sus pies.
Creo que la autoconfianza sana es importante para el éxito y el bienestar emocional, pero también creo que el egocentrismo es una forma de ensimismamiento que bordea la indecencia.
Necesitamos entender que la confianza se basa en la creencia de que podemos ayudar a otros a aprender, la arrogancia se basa en la creencia de que nadie nos puede enseñar, y el engreimiento en la creencia de que ya no necesitamos aprender nada más.
El egocentrismo es el engreimiento elevado a una forma de arte.
“Dime de qué presumes y te diré de qué careces” me ha parecido siempre una de las mayores genialidades de nuestro refranero.
Las personas más necesitadas de preservar sus “fina” autoconfianza son, lógicamente, las más inseguras. Cualquier desaire, intencionado o involuntario, puede perforar el delicado tejido de su bienestar. En consecuencia, tienden a sobresalir atacando, porque la defensa es muy peligrosa.
Vemos egocentrismo en el afán de superioridad: «¿Has estado en París? Ah, pues nosotros estuvimos en un hotel maravilloso y super-exclusivo.»
Lo vemos en la cantidad frente a la lógica: El idiota que interrumpe continuamente nuestra conversación, demasiado ocupado diciéndonos por qué estamos equivocados como para escuchar lo que realmente estamos diciendo.
Y lo vemos en el “experto ignorante”: Aquel que nos da sermones sobre vino y no se da cuenta de que olfatear el corcho no sirve más que para quedar como un perro perdiguero atontado.
¿Y qué hacer con el egocéntrico? Querer el órdago. Como en el mus, cuando sospechas que es un farol aceptas el órdago y pides ver las cartas. Efectivamente, la otra parte podría no estar mintiendo, pero los egocéntricos nunca llevan más de dos cuatros a pares.
Pregúntale de dónde sacó su información. Dile que está equivocado, y que esa forma de expresarlo (o su enfado, o levantar la voz) le hace ser visto como más equivocado todavía.
Dile que te alegras mucho por ella pero que no estás en absoluto interesado en sus “chollos” vacacionales.
Dile que el comentario acerca de que tu hijo va a clases de “apoyo” es completamente inexacto, que no es más que un intento para hacerte daño y que te preguntas por qué siente la necesidad de hacerlo.
Repelerás a todos los que saltan al abordaje, que rápidamente intentarán volver hacia atrás a sus pequeños botes de remos.
No pases ni ignores esos comportamientos, que sólo “les da alas”. Los egocéntricos se alimentan de la falta de resistencia (porque siempre están a la ofensiva), y se vuelven más y más grandes en su autopromoción.
Pueden llegar a ser tan grandes que el resto de nosotros no podremos respirar.
Pínchales el globo (lleno de aire, o sea, lleno de “nada”).
“Un actor es una persona que no te escucha a menos que estés hablando de él.” – Marlon Brando.
“El canal se complace pensando que los ríos sólo existen para traerle agua.” – Rabindranath Tagore.
“La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.” – San Agustín.