He podido observar que, en las empresas y organizaciones, la discriminación que parece pasar inadvertida es mucho más común que la discriminación deliberada. Esa discriminación “inadvertida” ocurre siempre que alguien dice o tolera acciones o lenguaje que provocan que otra persona se sienta inferior. La percepción es tan importante como la intención.
No me refiero a lo denominado “políticamente correcto”, sino a los comentarios o hábitos que crean una sensación de aislamiento o exclusión para cualquier grupo o individuo.
Por ejemplo, las bromas y chistes de tipo sexual, racial o étnico son ofensivos para aquellos directamente afectados y que se llevan la peor parte. Pero también lo son para aquellos que, sin estar directamente afectados, creen que tal tipo de lenguaje es inapropiado. Por tanto, no es sólo el grupo “minoritario” el que se siente afectado, sino también una parte de la “mayoría”.
Algunas personas señalan que “no podemos eliminar el humor del lugar de trabajo” o que “no hay razón para no poder tomar el pelo en relación con la nacionalidad de uno”. El asunto es que eliminar el humor potencialmente ofensivo no es lo mismo que eliminar TODO el humor, y que tomar el pelo sobre una nacionalidad (u origen, o sistema de creencias) puede muy bien irritar a otros de similar nacionalidad, origen o creencias.
La clave es que, si existe la posibilidad de lastimar a alguien mediante un comentario gracioso, una broma o una frase determinada, ¿por qué activar esa posibilidad? Mientras que en la mayoría de los casos un determinado lenguaje o chiste no se utilizan con mala intención, suelen recibirse así. En este caso, la intención del “emisor” no es lo importante; lo importante es el impacto en el “receptor”.
Si eres sensible a la recepción por parte de los otros de tu lenguaje y comentarios, a su vez podrás ayudar a que los otros lo sean con los suyos.