Por José María Garrido

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Hace algún tiempo, leí en una guía de viajes que, en Londres, podías disfrutar de la gastronomía de cualquier parte del mundo excepto de la británica… porque no existe.

En 2015, Puy y yo decidimos ir a vivir 6 meses a Cambridge-UK. Una de mis “obsesiones” iniciales fue encontrar un suministro, a precio razonable, de un buen aceite de oliva virgen español. Finalmente encontramos latas de 2 litros en un Sainsbury’s del centro de la ciudad.

Conseguir chorizo para cocinar ya era cosa más complicada, pero lo descubrimos en un gran Tesco de las afueras, a unos 4 km de nuestra casa. Como nos movíamos en bicicleta bajo la lluvia y el frío, teníamos que aprovechar el viaje. En una de las ocasiones compré 10 rastras de chorizo de Palacios. La cajera, sorprendida de esa “monocompra”, me advirtió de que tenían otras opciones de productos similares. Le respondí que yo era español, y que sabía muy bien lo que estaba comprando.

Habiendo encontrado aceite y chorizo, nos dimos por satisfechos a la hora de cocinar en casa (sin exagerar, otros ingredientes eran relativamente más fáciles de conseguir). Otra cosa era el decidir entre las opciones de restauración para, por ejemplo, salir a cenar un sábado: más allá del fish & chips, todo era y sabía igual.

En los 14 años de trabajo en el grupo Florette, fueron muchas las veces que viajé a Francia y, por tanto, tuve la oportunidad de comer en todo tipo de “casas de comidas”. Ahí aprendí un par de cosas. La primera, que los franceses, a los que considero unos maestros del marketing, son los mejores del mundo a la hora de la presentación de los platos (¡y no digamos de sus quesos!). Da igual si comes en un área de servicio de una autopista, en una tasca de pueblo o en un restaurante de alto copete: los platos siempre están magníficamente presentados. La segunda, que la comida siempre sabe igual, a base de mantequillas, cremas y salsas de almendras. Además, para beber un vino francés decente en restaurante tenías que desembolsar un mínimo de 40 euros (en la década del 2000).

Considero que todavía estoy en “fase de descubrimiento” de la comida marroquí. Reconozco que los llamados “pinchos morunos” no tienen nada que ver con los que comemos aquí, que el tajine (sea del tipo que sea) es una opción excelente, que un cous-cous bien elaborado está muy rico y que los postres sorprenden por su calidad (mucha y buena almendra) y dulzor controlado (además de que la fruta todavía sabe a fruta). Pero me temo que el exceso de especias (ojo, no picantes) y la ausencia de cerdo limita mucho la variedad de sabores y las opciones.

En Estados Unidos, una pizza es algo diferente, una buena hamburguesa bien acompañada “se sale del mundo” y un buen breakfast con huevos revueltos, bacon (nadie fríe el bacon como los yankees), una salchicha y hash brown te resuelve el día. Pero pasar una semana comiendo allí te traerá como resultado la sensación de tener la boca “llena de sabor”: todo tiene salsas, condimentos y aderezos… además de que es literalmente imposible comerse todo el plato: las raciones son tan enormes que llevarte al hotel la cajita take-away con las sobras es algo inevitable.

Una ensalada facilita las cosas en parte, pero al final debes elegir como aderezos entre el blue cheese, el ranch o incluso el russian dressing. Recuerdo con qué deleite Puy y yo, después de un viaje de 15 días visitando el Southwest, disfrutamos de un simple pan-baguette con aceite de oliva en un restaurante italiano del hotel New York-New York en Las Vegas.

Es lo que nos acaba de ocurrir al volver a casa después de pasar una semana en Charleston-West Virginia. A pesar de haber incluido cena en un buen restaurante fine-dinning (una botella de Pinot Noir de Napa Valley, $70), la alubia verde con aceite de oliva del viernes o la lubina al horno estilo Orio del sábado en Pamplona nos ha reencontrado con nuestra maravillosa dieta mediterránea.

Un buen amigo de mi pueblo me preguntó una vez: “Oye, José Mari, tú que viajas tanto, ¿ya comes bien por ahí?” A lo que le respondí: “Si quisiera comer bien, no saldría de España”.

El análisis de su comentario siguiente (“Pues si no comes bien, ¿para qué viajas?”), lo dejo a la reflexión de mis lectores.

 

Así que, disfruta de las comidas y cenas de estos días, porque tenemos mucha suerte de vivir donde vivimos.

¡Feliz Navidad!

 

“Dime lo que comes y te diré quién eres.” – Anthelme Brillant-Savarin.

“De todos los animales de la creación, el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir.” – John Steinbeck.

“Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.” Miguel de Cervantes.

José María Garrido es profesional agroalimentario, consultor y docente. Después de trabajar 24 años como directivo, en la actualidad ayuda al empresario a aumentar el rendimiento consistente de su organización. Leer más...

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