Hubo un tiempo en el que la riqueza estaba representada únicamente por la propiedad de la tierra. Cuanto más terreno se poseía, más riqueza. La tierra podía alquilarse a los agricultores, o usarse para criar ganado, o para construir viviendas de alquiler. De ahí surgieron los términos “nobleza terrateniente” y, a otro nivel, “burguesía terrateniente”.
Esto condujo al poder del trabajo: los recursos humanos que podían cultivar la tierra, criar ganado o construir. La propia Iglesia aumentó su riqueza y poder a través de las grandes posesiones y el trabajo barato (el celibato del clero no es un tema teológico ni basado en la Biblia; fue creado por los líderes eclesiásticos para evitar que los activos locales de la Iglesia pasaran a manos de una esposa o hijos en el momento de la muerte del clérigo). A medida que las naciones se iban desarrollando en los siglos XVIII, XIX e incluso en el XX, la fuerza laboral era un aspecto clave de la riqueza, y los actuales países del “primer mundo” tenían un exceso de mano de obra disponible para uso doméstico y militar.
Hoy, sin embargo, la morbilidad está superando a la natalidad en esos mismos países, y los grandes poseedores de mano de obra barata en el futuro serán Nigeria, Etiopía, Malasia, India, Pakistán y otros similares.
El apalancamiento de la fuerza laboral se puso de manifiesto, primero, con la eliminación de la esclavitud (una fórmula de maximizar la explotación del trabajo), y con la aparición de los sindicatos para combatir esa explotación, después.
Las siguientes fuentes de riqueza fueron el capital y el equipamiento: ferrocarriles, minas, acero, textiles, construcción, etc. Mientras la automatización iba reduciendo el valor del trabajo físico, la riqueza se iba moviendo hacia las personas que tenían capital para invertir en la industria. Con la excepción de las emergencias (como por ejemplo, la guerra), la contribución y el valor de la fuerza del trabajo comenzó a disminuir. La línea de ensamblaje conceptualizada por Henry Ford fue la respuesta a una necesidad de aumento de la productividad.
Si bien todas estas fuerzas llevaban a desigualdades en los ingresos entre los miembros de la clase trabajadora y la poseedora de la riqueza, el crecimiento de esas desigualdades fue relativamente pequeño a partir de la Segunda Guerra Mundial y durante las tres o cuatro décadas siguientes (nacimiento y ampliación de la clase media). Pero hoy en día está aumentando sustancialmente, y mi valoración es que el gran factor actual que está detrás de este aumento es la desigualdad en conocimiento.
En los países occidentales en general no se está ofreciendo las mismas posibilidades de acceso e igualdad de oportunidades para que todos se beneficien de una educación primaria, secundaria y post-secundaria de calidad y adaptada a los nuevos tiempos. No estoy diciendo que la universidad sea un requisito para el éxito (a las pruebas me remito), sino que la educación y el conocimiento sí lo son.
En particular en España, ya llevamos décadas con continuos cambios de modelos y brindando una educación pública cada vez más deficiente (sigo remitiéndome a las pruebas e informes internacionalmente reconocidos), mientras que las comunidades/países más ricos crean y acceden a las mejores escuelas.
“Tener/No tener” cada vez va más de conocimiento.
El aumento en la disparidad del conocimiento, si no se evalúa ni se invierte en consecuencia, será fatal. En el mundo moderno, luchar contra las desigualdades no va de darle tierra a nadie y ni tampoco de “repartir el capital” más allá de los impuestos, sino que va de extender y socializar una educación que mejore y perfeccione las habilidades y capacidades cognitivas. Para cada niño que experimenta una educación deficiente e inservible, tenemos una responsabilidad futura: falta acceso a la vivienda, adicciones, actividades delictivas, problemas de salud mental, pobreza, suicidio.
Sin negar en absoluto su importancia, el gran problema hoy no es el clima, la polarización o la inmigración, insisto, por importantes que estos temas sean. Se trata de proporcionar a todos los niños (y adultos) la capacidad de aprender de fuentes de calidad y tener la oportunidad de aplicar ese aprendizaje para obtener a cambio lo que su talento y trabajo duro merezcan.
Ante los enésimos resultados desastrosos del informe PISA, ni que decir tiene que los parches electoralistas del gobierno (¿se creen que somos idiotas?) y la consecuente ocurrencia de la oposición en temas de educación son, por decirlo educadamente, desalentadores.
A la espera de ver en qué medida la IA reduce o reorienta el valor del trabajo intelectual.
“Hasta que obtengamos la igualdad en educación, no tendremos una sociedad justa.” – Sonia Sotomayor.
“No hablo por mí misma sino por aquellos sin voz … aquellos que han luchado por sus derechos … su derecho a vivir en paz, su derecho a ser tratado con dignidad, su derecho a la igualdad de oportunidades, su derecho a ser educado.” – Malala Yousafzai.