Tomamos decisiones todos los días, aunque muchas veces sin ser conscientes de los criterios que aplicamos para tomarlas.

Ante cualquier decisión, hay 3 componentes principales, que deben plantearse en el siguiente orden.

Objetivos: Los objetivos son los resultados que se deben lograr con la decisión. Si se cumplen todos nuestros objetivos críticos («musts») y la mayoría de nuestros objetivos deseables («wants»), la elección habrá sido exitosa. Pero no podemos tomar esa decisión sin conocer el puerto hacia el que navegamos.

Alternativas: Las alternativas son las opciones que tenemos disponibles para alcanzar nuestros objetivos. Pueden ser pocas o muchas, y normalmente hay muchas más de las que sospechamos (o mejor, muchas más de las que estamos dispuestos a considerar). Estas son las rutas disponibles para llegar a nuestro puerto, pero no todas ofrecen la misma rapidez, eficacia o comodidad.

Riesgos: Los riesgos son aquellas amenazas inherentes a casi cualquier alternativa, que pueden socavar la más atractiva de las opciones. Pocos caminos están libres de riesgos. Son las amenazas que plantean las condiciones que rodean cualquier alternativa planteada, algunas de las cuales son exclusivas de ciertos caminos y otras pueden ocurrir sin importar el camino elegido.

Por tanto, el punto de partida para tomar una decisión es comprender que debemos elegir una secuencia de acciones para lograr algún resultado futuro.

Esto puede ser tan nimio como dónde colocar un mueble o tan importante como la selección del equipo de entrega para nuestro principal cliente.

Podría ser tan a corto plazo como dónde celebrar una reunión la próxima hora, o tan a largo plazo como a quién ascender para gestionar al equipo de ventas.

Sin embargo, el proceso de toma de decisiones siempre es el mismo.