Decíamos que la mayor o menor intensidad de compromiso de una persona en el trabajo depende, en primer lugar, de la imagen más íntima que la propia persona tiene de sí misma, voluntad de ser, de sus propias ambiciones personales, de sus deseos y de sus temores, y de cómo todo esto se encuentra en los estratos más profundos de su personalidad.
Pero hay un segundo factor tan importante como su propia actitud ante la vida y ante el trabajo, que es sobre el que vamos reflexionar ahora mismo.
El segundo gran factor que modula el mayor o menor nivel de compromiso en el trabajo está relacionado con las respuestas que el propio trabajador se da a preguntas como las siguientes:
- ¿Quién soy yo aquí, en esta empresa, y con esta gente?
- ¿Qué significo para ellos?
- ¿En qué medida soy “alguien», me valoran o me ignoran?
Es aquí donde toman sentido los distintos estratos de la Pirámide de Maslow que analizamos en entradas anteriores y cómo distinguíamos entre los factores higiénicos, cuya ausencia provoca una profunda desmotivación, y los auténticamente motivacionales, en la parte superior de la pirámide.
Es decir, de cómo sea y actúe la empresa en relación a sus empleados.
Pero con todo esto podemos llegar a una serie de conclusiones:
- Que lo realmente valioso para la empresa se sitúa en lo más profundo de las personas.
- Que su aplicación no se sitúa en el ámbito de lo racional, sino del querer, y del deseo.
- Que el compromiso es algo que surge desde lo EMOCIONAL y que es VOLUNTARIO.
Y que, por supuesto, el cómo sea y se comporte la empresa es esencial para que el empleado vea como algo natural el comprometerse con ella.
Es lo que llamamos el Ecosistema del Compromiso, cuyos factores iremos desgranando en próximas entradas.
Pero, ¿tú que opinas? ¿Crees que la generación de compromiso tiene que ver con el corazón y el sentimiento, o que es tan simple como 2+2 = 4?