Cuenta un antiguo relato sufí que un ciego se encontraba vagando por el bosque sin saber por dónde ir.
De repente, tropezó y se cayó. Al tantear por el suelo del bosque descubrió que había caído sobre un tullido.
El ciego y el tullido entablaron una conversación, apenándose cada cual de su situación y su destino.
El ciego decía: “Hace una eternidad que vago por el bosque y no encuentro la salida”.
Mientras el tullido se quejaba: “Hace una eternidad que estoy aquí, tirado en el suelo del bosque, y no puedo levantarme para poder salir de él”.
Mientras se quejaban, el ciego exclamó: “¡Ya lo tengo! Yo te sujetaré sobre mis hombros, y tú me indicarás hacia dónde ir. ¡Juntos podremos salir del bosque!”.
Según el narrador de esta hermosa historia, el tullido simbolizaba la racionalidad y el ciego representaba la intuición. La moraleja del cuento es clara: sólo podremos salir del bosque si sabemos integrar ambas capacidades.
No es la primera vez que hacemos una comparación entre la gestión empresarial y el estar caminando por un bosque o una selva. En una entrada anterior te decía que una de tus responsabilidades principales para poner en práctica un liderazgo efectivo de tu empresa es, de vez en cuando, trepes al árbol más alto del bosque para realizar una observación y una reflexión sobre hacia dónde se está dirigiendo tu organización, e incluso para detectar si os estáis moviendo por una selva equivocada.
La historia anterior, que como todo lo antiguo que perdura en el tiempo encierra enseñanzas interesantes, nos invita a pensar sobre en qué elementos debemos basar las decisiones, tanto cuando nos enfrentamos a la elaboración de la estrategia, como en otras situaciones también importantes o incluso trascendentales.
Razón y método
Si eres un empresario de una PYME agroalimentaria seguramente no habrás implementado una sistemática bien estructurada para definir los pasos que debe seguir tu organización en los meses siguientes para avanzar hacia vuestra visión. Es frecuente que empresarios agroalimentarios con los que hablo me digan que “el tema de la estrategia es en lo que me tengo que meter cuanto antes”, o que se encuentran intentado elaborar su primer Plan Estratégico. Sabes que disponer de una sistemática bien definida y suficientemente ágil para la elaboración de la estrategia es algo a lo que que yo te he animado casi continuamente.
Otros pequeños empresarios suelen ponerme de manifiesto sus ganas por conseguir que su negocio se convierta en una auténtica empresa. Delegar, definir estructura y responsabilidades, establecer procesos claros de trabajo, elaborar procedimientos, aflorar normas y criterios, desplegar objetivos, etc. son algunos de los elementos que, sin duda, deben diseñarse e implantarse si queremos profesionalizar nuestra gestión empresarial.
Y, además, medir. El lema “En Dios confío; el resto que me traiga datos” es una de las máximas clásicas que, cuando se aplica, demuestra madurez en la gestión. Establecer indicadores, valorar resultados, observar tendencias, seguir cifras objetivas… Sin todo ello no hay posibilidad de realizar un control y dirección empresarial seria y sólida.
En Dios confío; el resto, que me traiga datos Share on XEs decir, sin procesos, estructuras, metodologías, sistemáticas y datos, y sin una actuación consecuente con todo ello, es prácticamente imposible gestionar adecuadamente una empresa con ciertas garantías de futuro.
La razón y el método deben formar parte indispensable de tu actividad como empresario. El hemisferio izquierdo de tu cerebro debe, por tanto, estar en buena forma y a pleno funcionando.
Instinto e intuición
A pesar de haber estado durante décadas en el limbo de la aceptación oficial, el instinto es una parte inseparable de la actividad efectiva del empresario. Los estudios más rigurosos y la realidad de la práctica diaria nos demuestra que los líderes empresariales experimentados se valen muchísimo de la intuición, que no resuelven los problemas complejos de una forma totalmente racional. Siguen corazonadas, reconocen patrones, y establecen analogías y paralelismos entre situaciones aparentemente dispares seguidos básicamente de su propio instinto.
Sin duda, los directivos experimentados tienen ricas intuiciones acerca de situaciones complejas, aunque no puedan explicarlas. Sus sensaciones les dicen que la causa y el efecto no están próximas en el espacio y en el tiempo, que las soluciones obvias producirán más perjuicios que beneficios, y que la soluciones de corto plazo generan problemas a largo plazo. Pero no pueden explicar sus ideas en un lenguaje lineal causa-efecto. Terminan por decir: “Hacedlo de esta manera. Dará resultado”.
Estamos hablando, por ejemplo, de todo lo contrario al cortoplacismo económico. Frente a los dirigentes que viven obsesionados por el resultado del mes, o la cuenta de explotación del final del ejercicio anual (con una exclusiva orientación hacia el beneficio), los auténticos líderes intuyen los peligros del no cumplimiento de determinadas metas y objetivos, pero no pueden explicar del todo cómo el seguimiento ciego de determinados indicadores puede generar tal dinámica de reducción drástica de costes, de empeoramiento de la calidad del producto o del servicio, o de reducción de inversiones (en equipos o en personas) que hipoteque el futuro de la compañía.
¿Poner en riesgo la credibilidad y el resultado de políticas ambiciosas y de fondo por cuadrar un presupuesto? No: buscan compromisos entre ambas necesidades.
El excesivo peso de la razón también limita las posibilidades de ser innovador. Innovar implica explorar realidades nuevas o no conocidas, con retorno incierto, y aceptar con naturalidad el riesgo y la incertidumbre (aunque haya que mantenerla controlada con mente racional financiera). La prospección de océanos azules para idear nuevas propuestas de valor, y el modo de organizarse para hacerlos realidad, comportan riesgos, y por tanto éxitos o fracasos.
“La tolerancia al fracaso es uno de los requisitos para que la innovación sea posible. Si no admitimos la posibilidad de equivocarnos, no es posible dar cabida a ideas innovadoras”, es una afirmación Darío Gil, Vicepresidente de Ciencia y Tecnología de IBM Reserch, quien pone énfasis a su vez en que esa (la falta de tolerancia al fracaso) es una de las razones del bajo nivel de innovación de nuestro país.
La creatividad o el atrevimiento no encajan en las mentes exclusivamente racionales; sin el instinto y la intuición no hay posibilidad de auténticos saltos cualitativos. Por ello, el hemisferio derecho de tu cerebro también debe estar en buena forma y funcionando continuamente.
Si eres un empresario agroalimentario sé que sabes perfectamente a qué me refiero. ¿Qué voy a decirte a ti de tu instinto, de tu intuición, del conocimiento de tu mercado, de tus corazonadas? Sin sentirlas y sin atenderlas seguramente no habrías llegado hasta aquí.
Integrar razón e intuición
El bilateralismo es un principio que lo encontramos incluso en el diseño natural de los organizamos avanzados. La naturaleza parece haber aprendido a diseñar por pares, lo no significa redundancia, sino que ese bilateralismo permite obtener aptitudes que de otra manera no sería posible. Dos ojos o dos orejas para permitir visión estereoscópica y audición estereofónica, con la consiguiente capacidad de percepción profunda; dos brazos y dos piernas, mucho más útiles que 4 patas… o 100 pies; dos manos, vitales para manipular objetos… y dos cerebros, el racional y el creativo, el lógico e el intuitivo, destinados a trabajar armónicamente para permitirnos alcanzar toda nuestra inteligencia potencial.
El supuesto conflicto entre el instinto y el pensamiento lógico ha inducido a creer que la racionalidad se opone a la intuición. Sin embargo, esta perspectiva se demuestra como falsa cuando se observa la sinergia de razón e intuición que caracteriza a casi todos los grandes pensadores y dirigentes:
'Nunca descubrí nada con mi mente racional' Albert Einstein Share on XEl propio Einstein contó una vez que había descubierto el principio de la relatividad imaginando que viajaba en un haz de luz. Por contra, teniendo intuiciones brillantes tenía la capacidad de convertirlas en sesudas teorías sujetas a la más absoluta verificación racional y científica.
Los grandes líderes empresariales (sean famosos o no, gestionen empresas poderosas o mucho más humildes) consiguen integrar razón e intuición de forma natural, como consecuencia de utilizar todos los recursos de que disponen. No pueden darse el lujo de optar entre la lógica y el instinto, de la misma forma que no podrían optar por caminar con una pierna o ver con un sólo ojo.
No elijas entre razón e instinto, no elijas entre lógica y emoción, ni entre corazón y mente: usa ambos para ser el líder que necesita tu empresa agroalimentaria.